El que viene detrás de mí - Alfa y Omega

El que viene detrás de mí

Martes. 2ª semana de Navidad / Juan 1, 19-28

Carlos Pérez Laporta
'San Juan Bautista predicando'. Willem Reuter. National Gallery of Art, Washington, Estados Unidos
San Juan Bautista predicando. Willem Reuter. National Gallery of Art, Washington, Estados Unidos.

Evangelio: Juan 1, 19-28

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:

«¿Tú quién eres?».

Él confesó y no negó; confesó:

«Yo no soy el Mesías». Le preguntaron:

«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo:

«No lo soy».

—«¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». Y le dijeron:

«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Él contestó:

«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:

«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió:

—«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Comentario

La liturgia nos devuelve a Juan Bautista después del nacimiento de Jesús. Estaba antes, porque sin él —sin «la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”»— no podíamos advertir su llegada. Pero la figura de Juan forma parte de nuestra relación con Jesús. Nunca queda atrás. Por eso, cada mañana la Iglesia propone el cántico de su padre Zacarías en el rezo de los Laudes. Aunque Jesús «viene detrás», Juan permanece como precursor permanente para poder acceder a la presencia de Dios. Es necesario escuchar esa voz cada mañana, para poder encontrar a Jesús. «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». Y solo le conoceremos en la medida hagamos resonar esa voz.

Es verdad: sólo cuando algo nos duele en exceso esa voz tiene la forma de un grito en el desierto. Porque cuando algo nos hace sufrir demasiado todo nos parece un erial, porque todo con lo que intentamos calmarnos nos provoca más sed y el corazón grita desesperado. Pero es posible que esa voz actúe como hábito de la esperanza. El grito desesperado, cuando se encuentra con Dios y vuelve a buscarlo, puede convertirse en la punta de lanza del deseo de Dios. Es posible hacer de ese grito la voz que busca a Dios en el día a día, como aguijón silencioso en todos nuestros actos. Escuchar cada mañana la voz de Juan significa reconocer el desierto en el que terminaría todo en nuestra vida si Dios no la inunda con su presencia. Se trata de escuchar el grito antes de que grite de desesperación. Porque en ese grito desesperado resonaba la voz esperanzada de quien ya sólo espera a Dios. Nadie grita si ya no hay nada que esperar. Si gritamos en medio de la desesperación es porque aún esperábamos ser escuchados. Y ese grito de esperanza es lo que nos despierta y nos llama a encontrarlo en medio de nosotros, porque no permite que nos conformemos sencillamente con seguir viviendo.