Con lágrimas en los ojos, el líder norcoreano ha pedido a sus súbditas durante la Reunión Nacional de Madres que engendren hijos para la causa nacional. En Rusia, el partido Nuevos Ciudadanos, liberal y centrista, quiere prohibir que la Administración pública grave con impuestos a las mujeres que no quieren ser madres, acudan o no al aborto. Rusia tiene un problema de natalidad, como Corea del Norte, y desde el Estado se difunde la idea de que las mujeres son incubadoras demográficas. Europa tiene problemas similares, aunque los índices no son homogéneos. Mientras los países del sur registran tasas bajas —en España rondan los 1,26 hijos por mujer—, en Francia ascienden a 1,84 y en Suecia a 1,76. Por razones muy diversas, y hasta enfrentadas, la natalidad está adquiriendo la dimensión de cuestión social. Las de los autócratas no son las mismas que las de los ciudadanos del mundo libre. En el primer caso se trata de vidas humanas al servicio del poder político. En el segundo, de derechos, deberes y libertades propios de la autonomía humana. Sin embargo, en ambos casos laten problemas de fondo no debidamente afrontados. La supervivencia de la especie humana pasa por su reproducción. Pero esta no solo depende de la mujer. Con las diferencias y salvaguardas necesarias, es preciso recordar que algo falla cuando la maternidad es reducida a un deber sociopolítico o contemplada como un ejercicio de emancipación. Amoris laetitia propone superar este dilema desde la concepción persona-comunidad. Concebir una vida no es un acto individual, sino dual, que genera una tríada. La gestación es una relación comunitaria entre una madre, un padre y un hijo, que genera unos deberes de cuidado, aun cuando la madre o el padre decidieran desvincularse. Hay que pensar la relación entre maternidad-paternidad y desarrollo personal, así como no ignorar nunca las condiciones materiales que impiden o dificultan que mujeres y varones puedan vivir dignamente su maternidad y paternidad. Los expertos apuntan que los nórdicos no son más natalistas que los europeos del sur. Pero en sus países se premia a las familias para que natalidad, desarrollo personal y conciliación vayan de la mano.