La Iglesia no es la precursora de Cristo, sino su cuerpo - Alfa y Omega

La Iglesia no es la precursora de Cristo, sino su cuerpo

Domingo de la 3a semana de Adviento / Juan 1, 6-8. 19-28

Jesús Úbeda Moreno
'Predicación de san Juan Bautista' de Alessandro Allori. Palazzo Pitti, Florencia (Italia)
Predicación de san Juan Bautista de Alessandro Allori. Palazzo Pitti, Florencia (Italia).

Evangelio: Juan 1, 6-8. 19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:

«¿Tú quién eres?».

Él confesó y no negó; confesó:

«Yo no soy el Mesías». Le preguntaron:

«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo:

«No lo soy».

«¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No».

Y le dijeron:

«¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿Qué dices de ti mismo?»

Él contestó:

«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:

«Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió:

«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Comentario

Sorprende de nuevo la figura de Juan el Bautista en la liturgia de este tercer domingo de Adviento. ¿Por qué es tan importante en este tiempo litúrgico?

«No hay nada más absurdo que la respuesta a una pregunta no planteada» decía R. Niebuhr, un famoso filósofo y teólogo norteamericano. El pueblo de Israel sabía que el profeta Elías precedería la llegada del Mesías; de ahí la insistencia en las preguntas a Juan Bautista. La identificación entre la misión del Bautista y la figura del profeta Elías nos muestra la necesidad de una preparación para la venida del Mesías. Él prepara el camino del Señor, el camino para que le podamos reconocer.

¿Cuál es el contenido de dicha misión? Ayudarnos a tomar en serio la realidad y a mirar con sencillez y verdad la urdimbre de nuestra naturaleza. Cristo ha venido a responder al deseo del corazón humano, pero sin el deseo despierto consideraríamos irrelevante la pretensión divina de Cristo. Ahora entendemos mejor la insistencia pedagógica de la liturgia de Adviento en la presentación de la misión de Juan el Bautista, que nos ayuda a llegar hasta el fondo de nuestra necesidad de un amor infinito, que abrace y dé sentido a toda nuestra vida. Todos los gestos del Bautista muestran la indicación de la necesidad de partir de la realidad como signo, de reconocer con humildad que somos pecadores; es decir, que el cumplimiento de nuestra vida depende de algo que venga de fuera y, por tanto, que nunca podrá ser el fruto de lo que puedan generar nuestras manos. De hecho, la fe depende de la forma en la que nos relacionamos con la realidad.

Por esta razón, uno de los frutos del encuentro con Cristo es la forma de mirarlo todo teniendo en cuenta siempre su relación con su origen y destino, es decir, con el Padre. En este sentido hay una continuidad con la misión del Bautista y, sin embargo, hay una gran diferencia, porque Cristo ha venido a llevar a una plenitud insospechada la vida del hombre, haciendo posible lo que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni el hombre podía pensar que Dios había preparado para los que lo aman (cf. 1 Co 2, 9). Y, por esta razón, la Iglesia está más en sintonía con la misión de Cristo que con la del Bautista. Así lo afirma el mismo Jesús: «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11, 11). La Iglesia no es la precursora de Cristo, sino su cuerpo.

La Iglesia ha recibido la misma misión de Cristo hasta el punto de que, quien la acoge, recibe a Cristo y al Padre (cf. Jn 13, 20). No hay confusión pero tampoco separación. Es más, realmente el Bautista no era la luz sino testimonio de la luz, y, sin embargo, Jesús habla de la Iglesia como aquella que tiene que brillar como luz en medio del mundo: «Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16). Lo que llevamos es la luz, que es Cristo, como un tesoro en vasijas de barro (cf. 2 Co 4, 7). La alegría y esperanza del Adviento aquí y ahora es porque podemos recibir a Cristo vivo y resucitado en la carne frágil y ungida de la Iglesia y, a la vez, al ser enviados por la fuerza del Espíritu Santo en la Palabra y en los sacramentos somos la contemporaneidad de Cristo para los hombres y mujeres de nuestro mundo. Esta es la dicha y la vocación de la Iglesia, poder ser alter Christus, que no es tanto «otro Cristo» como «otra vez Cristo». Con esta fuerza lo expresaba san Agustín: «¡Alegrémonos y demos gracias: hemos sido hechos no solamente cristianos, sino Cristo […]. Pasmaos y alegraos: hemos sido hechos Cristo!».