Hope, la niña milagro de Kenia, cabía en la mano de la matrona
Winfrider Aredi plantó cara a los médicos y voló en avión por primera vez para intentar salvar a su hija. Nació con apenas 400 gramos de peso. Que saliera adelante «fue un milagro. Dios tenía un plan»
Hace doce años, a Winfrider Aredi le dieron la mejor noticia que podía esperar: iba a ser madre. Era febrero de 2011 y tenía 27 años. No sabía que pronto iba a empezar la etapa más angustiosa de su vida. A las ocho semanas de embarazo empezó a sangrar. Fue al Hospital de Referencia del Condado de Wajir, al este de Kenia. Un doctor de guardia la exploró y dio un vuelco a su vida: «Lo siento, has perdido a tu bebé». Le recomendó ir a otra sala para extraer al feto, pero Aredi quería agotar todas las posibilidades. «No me hizo ninguna ecografía ni ninguna prueba, solo me exploró. Le pedí que me hicieran primero una eco», relata por teléfono a Alfa y Omega.
La ecografía no solo mostró un pequeño corazón latiendo, sino dos. «Di saltos de alegría y casi me peleé con el doctor. Le dije: “Lo que podías haber hecho. Ya me mandabas a vaciar y los bebés estaban bien”. Se disculpó mucho». Le recetó unas pastillas para frenar el sangrado, pero no le supo decir la causa. «Me pareció que no era competente. Necesitaba más información». Hizo las maletas y compró un billete de avión a Nairobi, el primer vuelo que cogía. En el Hospital Nacional Kenyatta, el más grande del país, el ginecólogo James Kamau le diagnosticó un fibroma uterino, le puso tratamiento y ordenó reposo absoluto.
Aredi pidió la baja en el colegio donde era profesora, la Escuela de Secundaria Furaha, en Wajir. Allí había conocido a su marido, Lawrence Obonyo, quien sí tuvo que volver al trabajo. Estuvieron separados más de dos meses. Una noche de agosto «empecé a sentir mucha presión en la parte baja del útero. Era tan doloroso que no podría describirlo», explica la profesora. Tres días después y dos médicos mediante, le dieron una terrible noticia: había perdido a uno de los bebés. «Y el latido de la bebé que vivía estaba muy débil», explica con una entereza increíble. «Cuando volví a la cama el dolor seguía siendo muy intenso. Si lo sumas a la mala noticia, me angustié mucho». Arendi comenzó a sufrir una crisis hipertensiva: tenía la presión arterial por encima de 240, ningún medicamento le calmaba el dolor y había riesgo de perder a la otra bebé. A las cuatro de la mañana del lunes, la doctora Philomena Owende volvió a verla y decidió que diera a luz de urgencia. Acababa de cumplir 23 semanas de embarazo, pero no quedaba otra opción. El 15 de agosto de 2011 nació la bebé, con tan solo 400 gramos: su cuerpecito entero cabía en la palma de la mano de la matrona.
De nombre Esperanza
Nada más dar a luz pusieron a la niña de inmediato en una incubadora y le conectaron a todo tipo de tubos: a un respirador, al cerebro, e intravenosa con medicación entre otros. A su madre no le dieron ni la oportunidad de cogerla en brazos. «La debían reanimar. Los pulmones no se habían desarrollado y cuando dejaba de respirar, le daban golpecitos para asustarla y que cogiera oxígeno», explica.
La pequeña aguantó. La propia doctora dijo que era la primera vez que veía un caso así. «Fue simplemente un milagro». Cuando le preguntaron qué nombre le quería poner, Arendi lo tuvo claro: Hope, Esperanza en inglés. «El mayor miedo que tenían es que el cerebro no se hubiese desarrollado y tuviera parálisis cerebral», explica. Afortunadamente, la niña no presentó problemas neurológicos. El 6 de diciembre, casi cuatro meses después, Aredi pudo salir con su hija en brazos del hospital. Desde entonces, Hope ha sufrido problemas, pero ninguno inhabilitante. Al principio no podía respirar bien y tampoco tenía desarrollado el sistema auditivo. Lo primero se solucionó pasando tres veces por quirófano. Y el año pasado su familia pudo pagar los 750 euros de unos audífonos. Doce años después, es una niña normal. «Le encantan las novelas y leer cuentos a otros niños. Ha escrito un poema y también ha participado en teatro en el colegio», dice su madre. «Es de letras», ríe. Aredi y Obonyo intentaron tener más hijos, pero perdieron primero a un hermanito y luego a otros dos gemelos. Hace un año y medio adoptaron a Hadesa y ahora Hope actúa de hermana mayor. A pesar de todo lo sufrido, Arendi da gracias. «Creo que Dios tenía un plan para salvar a esta bebé; había visto que no podría tener otro», asegura. «Cada vez que estoy deprimida, me anima pensar que hizo eso por mí, no hay nada más grande que Dios pueda hacer».
Algo menos de 15 millones de niños nacen cada año en el mundo antes de la semana 37 de embarazo. África subsahariana tiene una alta tasa de este tipo de complicación: 23,7 % en Nigeria, 18,3 % en Kenia y 16,3 % en Malawi. En España, suponen entre un 7 % y un 10 %. Además de producirse más casos, en las naciones en desarrollo su pronóstico es mucho peor. Más del 90 % de los bebés extremadamente prematuros (menos de 28 semanas) nacidos en países de bajos ingresos mueren en los primeros días de vida, mientras que en sociedades con ingresos altos son menos del 10 %.