Habéis hecho de la casa de Dios una «cueva de bandidos» - Alfa y Omega

Habéis hecho de la casa de Dios una «cueva de bandidos»

Viernes de la 33ª semana del tiempo ordinario / Lucas 19, 45-48

Carlos Pérez Laporta
'Expulsión de los mercaderes del templo'. Vidriera en el Colegio Universitario de Oxford, Inglaterra
Expulsión de los mercaderes del templo. Vidriera en el Colegio Universitario de Oxford, Inglaterra. Foto: Lawrence OP.

Evangelio: Lucas 19, 45-48

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:

«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”». Todos los días enseñaba en el templo.

Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían que hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Comentario

¿Por qué «los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él»? Porque Jesús hablaba como si Dios realmente hablase. Porque Jesús vivía como si Dios existiese, como si Dios fuera real, tanto como el Templo. O incluso más. Porque su presencia ocupaba para Jesús el Templo, impidiendo la presencia de nada que no estuviese dispuesto a dejarse invadir por Él. Y eso es lo que es una «casa de oración»: el lugar donde Dios desborda el corazón humano.

Por eso, «se puso a echar a los vendedores», porque están en el templo como si Dios no estuviera en él; como si fuera posible estar en el templo haciendo otras cosas, como si la presencia de Dios no polarizase su obrar.

También la jerarquía hacía del Templo una «cueva de bandidos». Y no se trata de si sacaban o no tajada de aquellos negocios. Porque lo mismo hacían de la Tierra Prometida y del mundo entero. Se habían apoderado de la religión. Era una religión que hablaba de Dios, pero como si Dios no hablase y no estuviese. Como si Dios no existiese o no fuera capaz de manifestarse, como si necesitase de sus cálculos y sus formalismos para poder realmente llegar a los hombres. Y para Jesús Dios estaba vivo, y Él podía verle y escucharle. Eso era evidente «porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo».