¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? - Alfa y Omega

¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

Miércoles de la 32ª semana del tiempo ordinario / Lucas 17, 11-19

Carlos Pérez Laporta
Curación de los 10 leprosos. Foto: Ted.

Evangelio: Lucas 17, 11-19

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo:

«Id a presentaros a los sacerdotes».

Y, sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.

Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo:

«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Comentario

«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Del Señor esperamos muchas veces una curación, pero casi nunca la salvación. Él aparece para nosotros como alguien al que pedir que solvente nuestros problemas, y por ello sólo acudimos a Él en nuestras angustias. Si no los resuelve, nos volvemos suspicaces con Él. Y si lo resuelve, continuamos con nuestra vida. Como si lo único que necesitase nuestra vida son curaciones y no la salvación. Como si la curación o la resolución de problemas fuera suficiente para vivir la vida. Por eso nueve de los diez, al ser curados, no vuelven a Jesús.

Sólo uno vuelve. «Este era un samaritano». ¿Por qué lo hace? Claro que él también esperaba de Dios la curación. Pero en la curación sucede algo más que el mero restablecimiento de su salud. Porque el problema de la enfermedad, y de todos los dolores de la vida, no es el dolor en sí, como decía Nietzsche; sino su sinsentido. El dolor aparece como un absurdo que desgarra la vida.

Por eso, en el poder curativo de Jesús este samaritano descubre el mismo poder que le creó: «viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias». En su curación este samaritano ha descubierto el rostro de Quien le hizo, y ha vuelto porque sólo en su mirada amorosa puede encontrar las razones de su existencia. En eso consiste la salvación: en encontrar a Aquel en cuyos ojos cobre sentido la vida, cuyo amor eterno haga verdadera toda la existencia, incluso en la noche del dolor: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».