El último de los hijos varones —en total eran doce hermanos— del matrimonio de aristócratas formado por Landolfo de Aquino y Teodora de Teate nació en Roccaseca, localidad de la Italia meridional, a finales de 1225. Sus padres quisieron que siguiera la carrera eclesiástica, por lo que sus padres le enviaron al famoso monasterio benedictino de Montecassino. De ahí pasó a Nápoles, donde se formó en Artes y en Teología y entró en contacto con la Orden de Predicadores —los dominicos—, en la que expresó su deseo de ingresar.
Pero sus padres se oponían, llegando incluso su madre a obtener el permiso del Emperador Federico II para que sus hermanos arrestaran a Tomás, que permaneció preso durante un año en el Castillo de San Giovanni, hasta que una mediación de Juan el Teutónico, a la sazón Maestro General de la Orden de Predicadores, ante el Emperador motivó su puesta en libertad. Su siguiente destino fue París. En la capital francesa estuvo una década, profundizando en Teología, especialidad de la que acabó convirtiéndose en un maestro universal.
Allí su referente fue san Alberto Magno, con quien la simbiosis intelectual y personal fue plena. Bajo su batuta, empezó Santo Tomás a escribir sus primera obras y a forjar su estilo intelectual; por ejemplo, distinguiéndose en ciertos aspectos —que no renegando— de la Teología de San Agustín.
Su primer gran aporte fue la resolución del dilema planteado por Averrroes, para quien existía contradicción entre las verdades del entendimiento y la de la Revelación. Santo Tomás, por el contrario, afirmo que eran compatibles, al proceder ambas de Dios, y complementarias pues lo sobrenatural debía ser conocido por la revelación y lo natural por el entendimiento.
Su reputación llegó a Roma, convirtiéndose en consultor del Papa. Un cargo importante que, sin embargo, no mermó su producción intelectual; durante esos años escribió varias obras —como los comentarios al Pseudo-Dionisio y a Aristóteles— e inició la redacción de la Suma Teológica, cima y compendio de su pensamiento. Santo Tomás de Aquino murió en Fossanuova en 1274 a la edad de 49 años.