No invites a tus amigos, sino a pobres y lisiados - Alfa y Omega

No invites a tus amigos, sino a pobres y lisiados

Lunes de la 31ª semana del tiempo ordinario / Lucas 14, 12-14

Carlos Pérez Laporta
Foto: Freepik.

Evangelio: Lucas 14, 12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a uno de los principales fariseos que lo había invitado:

«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Comentario

Siempre buscamos una compensación en nuestro trato con los demás. Incluso la generosidad más gratuita tiene algo de eso, porque es satisfactorio agradar a los otros. Siempre se recibe mucho más de lo que se da. Cuando se invita a comer a amigos, hermanos, parientes o vecinos, se disfruta mucho con tan solo verles gozar de la comida que has dispuesto para ellos, ya sea pagada o cocinada. Y esa compensación aumenta cuando se establece esa cadena de invitaciones mutuas, cuando se vive en una red de gratuidad amistosa.

Pero tiene razón Jesús: en esa red de gratuidad nadie puede de fallar. Esa economía de la gratuidad exige que todos actúen gratuitamente, pero que todos actúen. Cuando alguien deja de invitar, cuando se da cierta desigualdad en la entrega, enseguida levanta sospechas. La gratuidad nunca es total ahí. Es un regalo a cambio de regalo. Siempre tiene que haber una cierta correspondencia, un cierto reparto. Siempre esperamos que nos den todo con generosidad, y cuando no pueden o no quieren entregarse con esa generosidad las relaciones fallan.

Porque es muy difícil vivir a la intemperie, como ocurre con los pobres, o los débiles. Porque muchas veces no pueden darnos casi nada. Algunos corresponden con simpatía o agradecimiento. Pero otros ni siquiera están en condiciones de darnos absolutamente nada. Nuestra entrega cae e entonces en un saco roto, aparentemente al menos, como si no pudiéramos esperar nada a cambio.

«Serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos», dice Jesús en contra. Hay un pago en la resurrección de los justos. Hay una alegría que es vivir de una gratuidad eterna. Que no es la correspondencia humana entre nosotros, sino la de Dios manifestada en todos. En el pobre, en el que asume su pobreza —porque somos profundamente indigentes—, en el que asume que no puede corresponder se puede manifestar la única correspondencia total, el amor de Dios que no se acaba. Cuando asumimos que no podemos estar a la altura de las relaciones, y eludimos toda medida, servimos como sacramento de la gratuidad extrema de Dios. Y quizá esa correspondencia total entre nosotros sólo pueda darse en la resurrección de los cuerpos, cuando nuestra carne ya no esté limitada al tiempo y al espacio, y nuestra entrega no tenga que someterse a las circunstancias.