No he venido a traer paz, sino división - Alfa y Omega

No he venido a traer paz, sino división

Jueves de la 29ª semana del tiempo ordinario / Lucas 12, 49-53

Carlos Pérez Laporta
Cristo y sus discípulos. Andrei Mironov.

Evangelio: Lucas 12, 49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo, tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!

¿Pensáis que he venido a traer a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».

Comentario

Tendríamos que estar bien, que vivir a gusto con lo que tenemos en el mundo. Da igual que sea malo o bueno. Porque, al fin y al cabo, somos eso, polvo, somos sólo tierra. Pero no es así. Hay algo que nos demuestra constantemente que no es así.

No pasamos hambre, pero ninguna comida nos sacia. Es un hambre silenciosa, nada violenta, despaciosa, que va recorriendo nuestras entrañas. No pasamos frío, pero algo nos hiela el corazón de día en día. No estamos en paz con el mundo, no. No estamos nunca del todo bien. Y esa «impertinente insatisfacción», esa «santa hipocondría» nos demuestra que aspiramos a algo mas que la tierra de la que hemos sido hechos, que no nos basta el mundo ni todos sus goces, que por momentos nos parece un desierto.

No. No estamos en paz con el mundo. No podemos estarlo, y todos nuestros intentos por estarlo no hacen sino cubrir esa herida, ese vacío, esa sangre volcánica que no quiere frenarse en nada, que no quiere condensarse; que quiere fluir hasta el cielo y arder en él.

Por eso, amamos Jesucristo, porque no ha venido a traer paz, sino guerra. Ha venido a traer la guerra que esperábamos, la única guerra que merece la pena luchar: todo o nada, la vida eterna o la muerte (1ªL). Ha venido a traer el fuego en el que pueda arder incombustible nuestro corazón, con el único amor y el único deseo que no se acaban: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!».