La parroquia donde está enterrado Quevedo
La iglesia de Villanueva de los Infantes, en Ciudad Real, cuenta con un órgano victoriano y un púlpito plateresco único, pero el plus se lo da la tumba de Quevedo
Finales del siglo XVI en La Mancha. Villanueva del Infante primero, y De los Infantes después (actual diócesis de Ciudad Real), es una villa próspera convertida en capital de la comarca. Con 5.000 habitantes dedicados a la agricultura y la ganadería, cinco conventos y 40 casas de hidalgos, la ciudad cuenta con una iglesia, la de San Andrés, que se había comenzado a construir acorde a la notoriedad que iba alcanzando la villa sobre un antiguo templo en 1497. Un edificio en piedra de sillar con «ciertos tintes de catedral y capacidad para varios cientos de personas», explica Ramón Molina, de la Asociación de Guías Locales El Verde Gabán. Al estilo propio de la época, el tardogótico, se sumaron el renacentista, barroco, neoclásico y herreriano, este en la puerta principal que se diseñó como «algo grandioso, que hablara a los fieles».
La parroquia de Villanueva de los Infantes tiene una singularidad: al irse edificando la nueva sobre la antigua no hay una fecha conocida de consagración. «La obra nueva se empezaba a utilizar a medida que se iba eliminando la antigua», de modo que en ella nunca se dejó de oficiar la Misa. El interior fue sobrio, enyesado y encalado, con frescos en algunos de los paños y las capillas privadas. Todo esto desapareció en una restauración que se hizo en los años 70 del siglo XX. El altar mayor, que según las crónicas era «realmente espectacular» y «costó carísimo» por la talla y el dorado, se perdió durante la Guerra Civil. Y aunque la iglesia se utilizó como cocheras y talleres en esos años, nada le sucedió al resto, incluido el púlpito. En estilo plateresco y construido en alabastro hacia 1525, es lo «más especial del interior salvando el retablo de la capilla de santo Tomás», patrón de la localidad.
Hay otra joya: el enterramiento de Francisco de Quevedo, que tuvo mucha relación con el pueblo y donde «se sentía muy a gusto». «Por placer o por obligación, las visitas eran constantes», observa Molina, refiriéndose a aquellas ocasiones en las que el escritor tuvo que acudir a Villanueva, que era cabeza de partido judicial, para resolver problemas relacionados con la herencia de su madre. Muere en 1645 en el convento de los frailes dominicos y es enterrado en la capilla de los Bustos, una familia amiga. Que uno de los máximos representantes del Siglo de Oro español esté ahí —de él se han identificado dos fémures, una clavícula, un húmero y seis vértebras— «le da un plus de atractivo» a una localidad, que recibe entre 35.000 y 40.000 visitantes al año.
La de los Bustos es una de las capillas destacadas, aunque en San Andrés hay un tesoro que es «la mayor curiosidad que tiene la iglesia»: un órgano de la época victoriana procedente de una iglesia londinense que se instaló en Villanueva hace tan solo cuatro años. Se trata del órgano victoriano más grande de España, de diez metros de fachada, fabricado por Henry Willis, discípulo del mejor organero del siglo XIX británico, para la Exposición Universal de París de 1889. Pero no se puede ir uno de la iglesia sin ver la última propuesta, la capilla de Villanueva, en honor a santo Tomás de Villanueva, patrón del pueblo, que residió desde niño en la villa y de quien Quevedo escribió un epítome y diversas notas biográficas. El santo, conocido por su «espíritu caritativo y de entrega a los demás», animó a su madre a construir un hospital para viudas pobres al lado de su casa y nunca abandonó el cariño por su pueblo. Algo recíproco ya que su canonización (1658) despertó un «fervor impresionante» y estuvo acompañada de unos «fastos increíbles».