Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados - Alfa y Omega

Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados

Viernes de la 28ª semana del tiempo ordinario / Lucas 12, 1-7

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Lucas 12, 1-7

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:

«Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis den la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea.

A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, después de esto no pueden hacer más.

Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la “gehenna”. A ese tenéis que temer, os lo digo yo.

¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios.

Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros».

Comentario

Insiste Lucas mucho en la cantidad de gente que les rodea: «miles y miles de personas se agolpaban». Jesús, sin embargo, en lugar de hablar a toda la multitud, «empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos». Se dirige primero a los suyos, pero delante de todos.

En ese escenario sus palabras no pueden ser más oportunas: «nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse». Jesús quiere que coincida lo que piensan, lo que sienten, lo que creen y aman, con lo que dicen a todos. Por eso, lo manda delante de las multitudes.

Claro que sabe Jesús que temerán a las gentes. Tienen miedo a ser perseguidos. Pero también a ser juzgados: por sus incoherencias, por sus dudas, por sus fragilidades. Porque las masas condenan la vida exterior de los hombres, su vida corporal. En esa situación es esencial saberse amigo de Cristo, saberse suyo, para superar el miedo a la muerte corporal y social: «amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más». Esa amistad es la que les muestra su verdadero valor, que supera la muerte: «Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la “gehenna”. […] hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros».

No se debe temer al mundo; las masas solo atacan lo exterior del hombre. El miedo verdadero coincide solo con el amor: se debe temer solo la condena eterna de vivir sin aquel que nos ama (para el que valemos más que el mundo entero). Él único temor a la altura del corazón humano es le miedo a perder el amor. Esa es la verdad interior del hombre.