El obispo de Alepo vivió bajo el Dáesh: «Logré ver a los rebeldes como hijos de Dios»
El primer sirio en ser vicario apostólico latino de Alepo ha vivido durante años en la zona norte del país, controlada por el Dáesh y Al Nusra
«Eres un símbolo para Siria», aseguró el ahora cardenal Claudio Gugerotti, prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales, al ordenar obispo el 17 de septiembre al primer sirio vicario apostólico latino de Alepo, el franciscano Hanna Jallouf. Desde 2001 es párroco de Knayeh (Idlib, al norte de Siria), donde nació hace 71 años. En 2013 se hizo cargo de otras dos comunidades de la zona, controlada entonces y aún hoy por yihadistas. Durante este tiempo, los rebeldes pasaron de entrar armados en su casa y amenazarlos para que se convirtieran al islam a devolverles bienes saqueados e ir a felicitarle cuando lo nombraron obispo.
¿Qué tal ha sido su llegada a Alepo?
La ciudad ha cambiado mucho. La conocía de los años 80; era muy bonita. Ahora la he encontrado en una completa destrucción, por la guerra y el terremoto de febrero. La gente está triste, preocupada por conseguir combustible o medicinas. Todo esto me apena, pero espero que las cosas avancen.
Paradójicamente, esta realidad es más fácil que la que ha dejado atrás en Idlib. Desde el comienzo de la guerra han estado bajo el control de los yihadistas del Dáesh y luego de Al Nusra. ¿Cómo ha vivido estos años?
Uno de los momentos más difíciles fue el primer contacto con los rebeldes. No sabíamos cómo actuar. Pero el Señor nos ayudó a superar el miedo y a lograr verlos como hijos de Dios. Así fuimos avanzando poco a poco, con dificultades, hasta un buen final.
¿Funcionaba la parroquia como tal?
Podíamos hacer lo que quisiéramos dentro de la iglesia: celebraciones, catequesis y actividades. Fuera no. A los rebeldes no podíamos hablarles de religión, solo testimoniar la fe con nuestra vida. Por ejemplo, cuando abrimos el convento a 72 familias, cristianas y musulmanas, desplazadas por la guerra. Al final los rebeldes se dieron cuenta de que éramos leales y estábamos dispuestos a ayudarlos.
En Idlib había 10.000 cristianos y hoy son 600. Por pocos que sean, no dejan de ser 600 personas que resisten a la persecución. ¿Por qué no han huido?
No se quieren ir porque el cristianismo nació allí. A 40 kilómetros está Antioquía, donde por primera vez se llamó cristianos a los creyentes. También está cerca el camino de Damasco por donde pasó san Pablo. Hay restos de una iglesia del siglo V. Es cierto que hay persecución y miedo: en 2014 me detuvieron con 20 feligreses. Pero salimos aún más convencidos de no irnos pase lo que pase.
La región de Idlib fue una de las más afectadas por el terremoto del 6 de febrero. ¿Cómo es la situación ahora?
El 80 % de las casas de Knayeh y Yacubieh quedaron dañadas. Contactamos con los rebeldes, que nos mandaron un camión para limpiar las calles. Luego solo nos ha llegado ayuda de la Custodia de Tierra Santa y del Patriarcado Latino de Jerusalén. De lo que se ha enviado a la parte de Siria controlada por el Gobierno no nos han mandado nada. Tampoco desde Turquía.
¿Le costó despedirse de su parroquia?
Haberla dejado es un peso en mi corazón, como alejarse de la amada. La gente estaba muy unida a mí y yo a ellos. Pero mi compañero, el padre Luai, no se ha quedado solo. Otro franciscano ha aceptado sustituirme. Espero que el Señor le dé fuerzas.
Desde esta experiencia, ¿cómo afronta su ministerio como obispo?
Me he comprometido a visitar todas las parroquias, centros religiosos y asociaciones y elaborar un plan pastoral para trabajar juntos. Como conozco tanto al Gobierno como a los rebeldes, espero tener contacto con unos y otros para mandar un mensaje de paz y reunificar Siria.