Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es el protagonista de la rentrée literaria en nuestro país. Acaba de publicarse El problema final, una esperada novela que nos traslada a junio de 1960, cuando un temporal deja aislados a nueve huéspedes en un hotel de la idílica isla de Utakos, frente a Corfú, donde aparecerá ahorcada Edith Mander, discreta turista inglesa que ha viajado acompañando a una señora acomodada llamada Vesper Dundas. Pronto queda descartado el suicidio para darse rienda suelta a las hipótesis de un acto criminal que le piden por aclamación popular al huésped más especial, Hopalong Basil, un actor británico de 65 años, amigo de Graham Greene, que se presenta como un caballero inglés de la vieja escuela. Tiene su carrera profesional en horas bajas, pero le reconocen por sus famosas interpretaciones de Sherlock Holmes en el cine. Hoppy, que prefiere que le llamen Ormond, algo tuvo y retuvo del legendario personaje y no necesita mucha insistencia por parte de los presentes para emprender esa investigación, absolutamente peliculera, que les descubra la verdad de los hechos luctuosos. Su Watson particular será Paco Foxá, escritor de historias baratas de quiosco, policiacas, de intriga o del oeste, a demanda del público y la moda, y a quien descarta pronto como sospechoso, aunque todos lo sean, en esta trama detectivesca que no deja de insinuarse como un juego tan lleno de morbo como peligroso y que recupera el clásico enigma de «habitación cerrada» con el que se rinde homenaje a los grandes maestros como el propio Arthur Conan Doyle y Agatha Christie.
Tal reivindicación de la denominada novela-problema frente al thriller sanguinolento dentro de estas páginas tiene ahora mismo todo el sentido del mundo, también fuera de ellas para encarar críticamente las tendencias actuales de la novela negra hacia la violencia cruenta. Más reflexión y menos víscera es ir a contracorriente, y se agradece mucho que Pérez-Reverte, que lo sabe acometer y se lo puede permitir, lo haga, lo dignifique y lo fomente. Hay que darle las gracias por devolvernos sin rodeos al escalofrío intelectual, las ganas y el deseo orgulloso de aspirar a él. Cumple con creces su objetivo de demostrar que el héroe victoriano de Baker Street sigue siendo válido y posible en el siglo XXI. Sin demasiada añoranza. Ojalá cunda el ejemplo.
Sobra decir que las habilidades deductivas holmesianas de las que hace gala, a conciencia, el protagonista están plagadas de guiños que se hacen deliciosos a ojos de los lectores de Conan Doyle y que nos ponen a repensar con alegría inusitada y sin complejos sobre el canon policial, las narrativas de misterio y los mecanismos del género, de antaño y del presente. Incluso cuanto más explícitos son estos guiños y más se estiran en los párrafos, mucho mejor y más se disfrutan: los incondicionales podrían seguir jugando eternamente.
Capítulo a capítulo sentimos, o creemos sentir, que la mirada analítica de Hopalong Basil nos agudiza nuestro propio ingenio por la hiperestimulación; es fácil coger carrerilla en esta historia que sostiene un toque naíf de otro tiempo, otro soplo de aire fresco con un puntito de sal, por qué no, de ese Mediterráneo evocado. Lo cierto es que la voluntad de exquisitez de la prosa de Pérez-Reverte hace de la lectura una fiesta literaria, animada a menudo por un imaginario resplandeciente que permite bruñir en la narración esa finura perseguida de imágenes, formas y sensaciones. Aportan mayor anhelo de elegancia aún las referencias a la época dorada de Hollywood: Errol Flynn, Ginger Rogers, Greta Garbo o David Niven, entre otros. Nos damos cuenta de cuánto los echamos de menos. A todos.
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara
2023
328
21,90 €