Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos
Miércoles de la 23ª semana de tiempo ordinario / Lucas 6, 20-26
Evangelio: Lucas 6, 20-26
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
Comentario
Jesús mira a los ojos a sus discípulos cuando dice las bienaventuranzas. No mira al infinito. No cierra los ojos. Alza la vista, no al cielo como otras veces, sino a los rostros de los suyos: «Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía…». Al proferir las bienaventuranzas quiere mirar a la cara del hombre. Quiere asumir en su palabra toda la carga humana de esas situaciones difíciles que va a describir, y que despuntan en el rostro cansado del hombre. Jesús arrostra la dificultad, no la evade. Las bienaventuranzas no son sublimaciones de los problemas; no son enfoques místicos, no son el opio del pueblo. No son promesas de un futuro mejor, que nos permitan evadir las dificultades presentes. Las bienaventuranzas solo pueden comprenderse cuando se tiene a Jesús frente a frente, fijos sus ojos en nosotros; fijos los nuestros en los suyos. Las bienaventuranzas son las palabras que describen la mirada de Jesús, su amor presente cargado de eternidad. Es la mirada de Jesús la que nos llena de esperanza en mitad de la angustia.
Por eso, «bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios»: gobierna el mundo el pobre revestido por la mirada de Cristo, divinizado por su mirada; enriquecido por el amor del Señor sabe que no está abandonado. «Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados»: la mirada de Cristo no quita el hambre física, y su palabra no llena el estómago; pero sacia el corazón de forma tan desbordante que permite esperar el banquete eterno. «Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis»: el llanto no se acaba con la mirada de Jesús, pero se vislumbra en sus ojos el fin de la aflicción y el gozo de la victoria. «Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten… Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo»: el perseguido por su Nombre tiene en sus angustias la alegría de estar junto a Él, y compartir su destino.