Es necesario que evangelice también a las otras ciudades - Alfa y Omega

Es necesario que evangelice también a las otras ciudades

Miércoles de la 22ª semana de tiempo ordinario / Lucas 4, 38-44

Carlos Pérez Laporta
Curación de la suegra de Pedro. John Bridges. Birmingham Museum of Art. Birmingham, Alabama (Estados Unidos).

Evangelio: Lucas 4, 38-44

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella.

Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles.

Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban; y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando.

De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían:

«Tú eres el Hijo de Dios».

Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto.

La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos.

Pero él les dijo:

«Es necesario que proclame el reino de Dios también a otras ciudades, pues para esto he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Comentario

Jesús ha estado predicando, pero toda su predicación tiene que transformar la vida cotidiana: «Al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón». La salvación ha llegado con Jesús porque Él es el Mesías, y se percibe en que actúa en todos los ámbitos de la vida, en que transforma también la vida privada de los suyos. Salir de la sinagoga, como nosotros salimos de la Iglesia, consiste también en hacer entrar a Jesús en la propia casa y pedir que la transforme.

¡Y Jesús es capaz de transformar nada menos que la relación con la suegra! ¡Pocos milagros mayores que este! Lo consigue porque asocia el destino personal de cada miembro familiar a sí mismo: es Cristo quien inicia, salva y cumple la vida de todos nuestros familiares. Si tenemos a Cristo presente en casa, como centro de todos y cada uno, la vida cambia. A Jesús «le ruegan por ella». Jesús, a quien ama Pedro, es el salvador de su suegra. No puede haber para él discontinuidad de afectos. Y la suegra, que ha sido curada por Jesús, «enseguida se puso a servirles». La vida familiar cobra su completa unidad cuando se descentra de sí misma, y se centra en Cristo. La familia no es una unidad perfecta, autosuficiente, en la que todos miembros se corresponden unos a otros en perfecta armonía. La familia se une en torno a Jesús.

Y Jesús no es un elemento inmanente de la familia, no es un miembro más. Por eso no basta con «retenerlo para que no se separe» de la familia. No basta con enseñarlo como algo propio de la familia. Cristo es más que la familia. Es necesario que cada miembro de la familia lo encuentre personalmente, también fuera, porque él siempre supera lo estrictamente familiar: porque «salió y se fue a un lugar desierto», es necesario encontrarlo en la oración; y porque predica «el Reino de Dios también a las otras ciudades», es necesario encontrarlo también en la misión. Cristo no puede ser el centro de una familia cuyos miembros no lo encuentran en la oración y en la misión. Sin esos dos elementos, Cristo se vuelve algo puramente cultural en la familia.