Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo - Alfa y Omega

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo

Domingo de la 22ª semana de tiempo ordinario / Mateo 16, 21-27

Carlos Pérez Laporta
Jesús con Pedroz. James Tissot. Museo de Brookly, Nueva York.

Evangelio: Mateo 16, 21-27

En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro:

«¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios». Entonces dijo a sus discípulos:

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.

¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?

Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

Comentario

Si el domingo pasado Pedro acertaba por completo en su respuesta a Jesús, este domingo yerra en todo. ¿Qué ha sucedido? En el texto del Evangelio, entre el fragmento del domingo pasado y este solo hay tres versículos. ¿Cómo pasa Pedro tan rápido del acierto a la equivocación más rotunda, por la que es llamado Satanás por Jesús?

Pues, porque entonces aquellas palabras no se las había «revelado la carne ni la sangre». Conocer a Jesús realmente, conocer su divinidad y su misión divina no está al alcance de la humanidad de Pedro. Es una revelación. Es el Espíritu de Dios que en la relación con Jesús ha ido inundando la vida interior de Pedro. Pero ese Espíritu es de Dios: no pertenece a Pedro. El Espíritu no son las solas fuerzas de Pedro. Pedro solo posee ese Espíritu en la medida en que viva en la relación con Dios.

Cuando Pedro «se lo llevó aparte» y lo sacó de la comunidad de los discípulos, pensó que había entendido él a Jesús. Que lo podía llevar aparte, que podía apropiarse de Jesús, porque él si le había entendido. Fue tan atrevido como para «increparlo», porque al haberlo comprendido por completo, él estaba por encima de Jesús.

¡Cuántas veces nosotros nos creemos en posesión de nuestra fe, pensamos que nos la hemos dado a nosotros mismos, que nace de nuestra buena voluntad y de nuestra diligencia moral! Entonces llega el momento de la cruz que Jesús anuncia, y nos sorprende, precisamente porque la cruz es la impotencia, el fracaso de nuestras fuerzas. Nosotros, que vivíamos de nuestras capacidades, nos sentimos engañados por Dios (1ª L).

Pero la fe siempre es un don, y lleva nuestra vida más allá de nuestras capacidades y más allá de nuestra comprensión. La vida de fe es seguimiento y transformación (2ª L): «¡Ponte detrás de mí!», nos dice Jesús; «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga». Estamos llamados a ser y a creer más de lo que somos capaces de hacer y pensar por nosotros mismos. Por eso es necesario seguirle a Él.