«Jesús muere en la cruz para que nuestra alma pueda sonreír»
El Papa ha presidido el impresionante vía crucis de la JMJ, en el que ha invitado a los jóvenes que atraviesen con Jesús «el camino de nuestros sufrimientos, el camino de nuestras ansiedades y el camino de nuestras soledades»
El Papa ha recorrido las calles de Lisboa para felicidad de miles de jóvenes que le han vitoreado, cantado y saludado durante todo el trayecto hasta el parque Eduardo VII. Los chavales corrían para alcanzar el papamóvil y poder así ver de cerca a Francisco, que ha llegado al parque prácticamente una hora antes de lo previsto. Así, ha podido detenerse para bendecir imágenes, rosarios, objetos religiosos y a los peregrinos más jóvenes, porque le han acercado a decenas de bebés, como en Roma cada miércoles de audiencia general. El Papa parecía no agotarse. Ha parado en varias ocasiones el coche, como cuando le han acercado a un niño que iba en silla de ruedas o como cuando le han ofrecido para beber mate. Los muchachos, a su vez, han tenido que hacer malabares para inmortalizar el momento con sus teléfonos y ser testigos del paso de Francisco. Son las JMJ 5.0. de hoy en día.
En este parque el Pontífice ha presidido el vía crucis junto a los jóvenes. Es el mismo lugar en el que el pasado jueves se congregaron cerca de medio millón demostrando al Papa que son su juventud. Hoy han sido 800.000. Pasadas las siete de la tarde, hora de Madrid, Francisco ha llegado hasta el escenario principal después de más de una hora de recorrido.
«¿Yo lloro de vez en cuando?»
Antes de la oración del vía crucis ha tomado la palabra. No ha seguido el discurso preparado, sino que ha hablado de forma improvisada con unas palabras más directas y sencillas de las que tenía por escrito. Ha explicado a los chicos que Jesús camina con ellos y desea que caminen junto a Él: «Jesús camina por mí, lo tenemos que decir todos; Jesús empieza este camino por mí, para dar su vida por mí y nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos, el que da la vida por los demás. No se olviden esto, nadie tiene más amor que el que da la vida». Los jóvenes han aplaudido fuertemente estas palabras. «Por eso, cuando miramos al Crucificado vemos la belleza del amor que da su vida por nosotros» , ha dicho al más de medio millón de jóvenes que escuchaban en un silencio casi reverencial.
El Santo Padre les ha asegurado que «Jesús espera con su ternura darnos consuelo, enjugar nuestras lágrimas». Así, les ha hecho una pregunta para la reflexión personal: «¿Yo lloro de vez en cuando?, ¿hay cosas en la vida que me hacen llorar?».
Por ello, les ha invitado a hacer silencio y a contar a Jesús por qué lloran en la vida: «Hoy vamos a hacer el camino con Él, el camino de nuestros sufrimientos, el camino de nuestras ansiedades, el camino de nuestras soledades. Que cada uno de nosotros piense en el propio sufrimiento, en la propia ansiedad, y en las propias miserias —no tengan miedo, piénselas—, y piensen en las ganas de que el alma vuelva a sonreír». Y les ha dado una hermosa frase final: «Jesus camina a la cruz, muere en la cruz para que nuestra alma pueda sonreír».
Los textos de las meditaciones fueron elaborados por 20 jóvenes de todo el mundo y se centraban en la fragilidad y las dificultades que encuentran, provocadas por la soledad, la falta de oportunidades, la salud mental, los abusos o la violencia y la guerra.
«A veces pienso que es culpa mía, que no sirvo para esto y que me cierro en mí mismo; otras veces pienso que vivo en un mundo egoísta en el que cada uno solo piensa en sí mismo. No lo sé, solo sé que hay muchos jóvenes solos, incluso cuando están rodeados de gente», decía una de las meditaciones del vía crucis.
«Pero los jóvenes vivimos en un mundo individualista. Nos han dicho mil veces que lo más importante es nuestra imagen y nuestra autorrealización. Que tenemos derecho a ser felices y que debemos pensar primero en nosotros mismos. Y aquí estamos, egocéntricos, cada uno centrado en su móvil, en su negocio, en su isla, esperando una felicidad que no llega. Porque la verdadera felicidad está en dejarse atraer por el rostro del otro», explicaba otra meditación, que abundaba en el vacío que dejan los discursos equivocados de autoafirmación y empoderamiento.
En una tierra de espejos
Otra meditación reflexionaba sobre el daño que crean las redes sociales y la presión que ejercen sobre los jóvenes: «Vivimos en una tierra de espejos donde lo que cuenta es la apariencia, la imagen. Selfis y más selfis. La tiranía del cuerpo correcto y la sonrisa perfecta. Fotos de ti mismo en las redes sociales en poses cuidadosamente estudiadas. Post artificiales a la espera de los likes de los demás. La terrible sensación de no poder ser nosotros mismos, de tener que vendernos para gustar y no estar aislados. Narcisismos que, al final, nos dejan solos en islas lejanas».
Y sobre las guerras, el hambre, la falta de agua, la persecución política también hablaron las reflexiones: «Su casa ya no es su refugio, sino el lugar probable de su muerte. Intentan encontrar refugio en algún otro lugar del mundo, al que algún día puedan llamar hogar». O la dictadura del utilitarismo, que mide a las personas en función de su capacidad productiva: «Hoy solo cuentan los que producen. Los ancianos no cuentan, las personas con discapacidad no cuentan, los parados no cuentan, los soñadores no cuentan. Y no cuentan los juegos de los niños, tantas veces obligados a trabajar para ganar dinero o a estudiar cada vez más para ser un día verdaderos triunfadores en el mercado laboral».
«Nunca había sentido tanto vacío, algo murió dentro de mí»
Cada meditación se ha presentado con una performance de varios jóvenes que han aprovechado la altura del escenario para escenificar la montaña de sufrimiento que Cristo escaló hasta el calvario. El resultado ha sido impresionante.
En una de las estaciones se ha podido escuchar el testimonio de Esther, una joven española de 34 años con una vida difícil. Tuvo un accidente de tráfico y quedó en silla de ruedas. Conoció a su pareja y, cuando se quedó embarazada, abortó a su bebé: «Nunca había sentido tanto vacío, algo murió dentro de mí». Contaba en el testimonio que Dios salió a su encuentro meses después y se confesó por primera vez en su vida. Al quedarse de nuevo embarazada, acogió el don de la vida. Un COF les ayudó como familia y contrajo matrimonio con Nacho el año pasado.
También se han escuchado los testimonios de Joao, un joven que necesitó de ayuda psicológica durante la pandemia, o de Caleb, un muchacho con una infancia difícil que después cometió muchos errores, pero encontró al Señor en su camino.
Caía la tarde en Lisboa cuando el vía crucis llegaba a su fin en un ambiente de recogimiento propiciado además por la escenografía y la ambientación musical que han acompañado a la oración.