Fran Equiza: «Seguimos peleando con los talibanes para reabrir la universidad»
El español, representante de UNICEF en Afganistán, explica que en 2022 tres niños murieron cada día por recoger restos explosivos y venderlos como chatarra
Dos años después de la salida de los occidentales del país, ¿cómo es la situación?
En Afganistán hay 40 millones de habitantes, de los que 28 necesitan ayuda humanitaria. Y de esos 28, casi 16 son niños y niñas. Cinco millones de niños nunca habían sido escolarizados, aunque ahora, gracias a UNICEF, estudian medio millón, y seguimos peleando con los talibanes para reabrir la secundaria y la universidad para las mujeres. La mortalidad materno infantil es enorme y la tasa de vacunación bajísima. Afganistán recibió durante los años de la república unos ocho billones de dólares al año en ayuda al desarrollo. La presencia de la OTAN generaba actividad económica y empleo. Cuando los talibanes tomaron el poder, las ayudas pasaron de ocho a tres billones. Tenemos además el colapso de nuestro banco central y del sistema financiero. Y a esto hay que añadir que entre el 75 % y el 80 % de la población vive de la agricultura y llevamos dos años de sequía. Operamos en un escenario en el que el 95 % de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Y hay 2,2 millones de niños y 850.000 mujeres embarazadas y lactantes con desnutrición moderada.
¿Qué sucede con los niños?
Imagina a un trabajador de un banco que pierde su empleo porque el sistema financiero no funciona y se va a la calle sin nada. Su hija adolescente ya no puede estudiar; tiene que sacar al hijo de 14 años del colegio para que trabaje en lo que sea —como recoger basura— y debe casar a su hija pequeña porque es una boca que alimentar. Personas con una vida más o menos normal lo han perdido todo en pocos meses. Eso se traduce en una cantidad ingente de trabajo infantil que vemos en las grandes ciudades, con niños desde los 3 o 4 años. Hay un fenómeno muy doloroso que es la cuestión de los restos explosivos. Los niños van a recogerlos porque se pueden vender como chatarra. No imaginas la cantidad de niños que han muerto o han quedado mutilados por minas o munición. El año pasado fueron tres cada día.
¿Cómo afectó la prohibición contra las trabajadoras humanitarias que decretó el Gobierno talibán?
Fue un golpe moral muy fuerte porque, para empezar, es una violación de los derechos humanos. Ese día recuerdo a nuestras compañeras llorando desesperadas. Yo pensé: «¿Qué va a ser lo siguiente?». Nos quedamos para seguir sirviendo a los niños. Y teníamos que conseguir cómo hacerlo. Pudimos negociar con el Ministerio de Sanidad una excepción para las mujeres en el ámbito sanitario y con el Ministerio de Educación logramos lo mismo. El compromiso es no despedir a ninguna mujer. Es más, desde la prohibición, en Afganistán hemos contratado a más de 15 mujeres.
Han cerrado los salones de belleza también.
La mayoría de estos salones pertenecían a mujeres emprendedoras que daban trabajo a otras mujeres. Para ellas eran un espacio de privacidad y tranquilidad. Y esto ahora también desaparece. No es frívolo porque se trate de salones de belleza. Es otro símbolo más de la voluntad de algunos de eliminar a las mujeres de la vida pública.
Viven en continua incertidumbre.
Hemos llegado a una situación en la que tengo planes de contingencia para cualquier cosa. Pienso: «Si esto pasa, ¿cuál es el plan B?, ¿y el C?». Hemos agotado las letras del alfabeto porque el objetivo es muy claro: no podemos perder de vista a los niños y a las mujeres que servimos. Los cambios nos complican el trabajo, nos cuestan más dinero, nos amenazan de muerte… Yo me paso el día peleándome con ministros y gobernadores para conseguir cosas.
De todas las plazas en las que ha lidiado, ¿en qué posición está Afganistán?
Es el trabajo más difícil que he hecho nunca, pero es enormemente satisfactorio. Es un privilegio inmenso. Estoy feliz y mantengo la alegría porque creo que los afganos necesitan la esperanza de saber que hay un futuro mejor para cada uno de estos niños.