Soy manso y humilde de corazón
Jueves de la 15ª semana de tiempo ordinario / Mateo 11, 28-30
Evangelio: Mateo 11, 28-30
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Comentario
Todo lo importante y valioso es difícil de lograr. Cuesta esfuerzo. Una vida buena y plena pasa por una lucha constante y no siempre se logra. Hay accidentes, errores, pecados. La vida merece la pena, pero esas penas que merece son ineludibles. Todos tenemos algo que nos pesa y que quizá nos supera. Por eso Jesús habla a todos los hombres de todos los tiempos: «Todos los que estáis cansados y agobiados».
Y la palabra que nos dirige, a todos los hombres de todos los tiempos, es: «Venid a mí». ¿Cómo puede cualquier hombre de cualquier momento, en sus cansancios o agobios concretos ir a Él? ¿Cómo podemos realmente acudir a la llamada a Jesús para poder encontrar descanso?
¿Dónde está presente para que podamos apoyarnos en Él?
En su nombre, revelado a Moisés, nos indica que Dios está presente en todo tiempo: «Yo soy el que soy»; esto es, yo soy el que fui, el que soy ahora y el que seré: «Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación». ¿Basta entonces con llamarle por su nombre, con invocarle, para poder estar ante Él hasta el punto de descansar en Él? ¿No sigue demasiado lejos como para que podamos descansar?
Para salvar esa distancia, Cristo ha venido a nosotros y ha descendido al fondo de todos nuestros agobios, y lo ha inundado de su amor. Para que estando lejos de Dios estemos siempre cerca de Él, y en nuestros agobios estemos en paz: «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Por eso es necesario conocer a Cristo, para que el amor que nos tiene llegue a alcanzarnos; para que al llamarle le llamemos con su mismo amor. Para que pronunciar su nombre inflame nuestro corazón del mismo amor con que nos ha amado, como decía san Gregorio de Nisa: «El nombre propio de tu bondad hacia mí es el mismo amor de alma hacia ti».