El arte religioso: imagen de la monarquía - Alfa y Omega

El arte religioso: imagen de la monarquía

Entre las 600 piezas que inauguran la Galería de las Colecciones Reales en Madrid hay una amplia representación de iconografía religiosa, muestra de la señalada relación de la Corona con la fe cristiana

Javier García-Luengo Manchado
Políptico de Isabel la Católica de Juan de Flandes. Foto: ABC.

Sin lugar a dudas, la apertura en Madrid de la Galería de las Colecciones Reales pasará a la historia como uno de los grandes hitos museográficos del siglo XXI. Tras casi 25 años de trabajo e investigación, dichas galerías acaban de abrir sus puertas. A través de las más de 600 piezas aquí reunidas, podremos comprobar el secular mecenazgo e interés de la monarquía hispana por las artes y los saberes de su tiempo.

Si bien es verdad que estas colecciones cuentan con un núcleo principal en su exposición permanente, el plan director contempla la rotación de determinadas obras atesoradas en los Reales Sitios, con el fin de ofrecer una visión lo más amplia posible del aludido mecenazgo regio a lo largo de los siglos, promoción y protección estrechamente vinculada a la historia de nuestro país.

Los excepcionales tapices, pinturas, esculturas y cerámicas exhibidos, procedentes del propio Palacio Real, de La Granja, El Escorial, Aranjuez o de patrocinios conventuales como las Descalzas Reales y la Encarnación de Madrid, evidencian hasta qué punto la imagen artística fue seña de identidad de la Corona y, por ende, de la propia España. Y de las Españas cuando el sol no se ponía en los territorios gobernados por Felipe II. Desde las empresas estéticas auspiciadas por los Reyes Católicos hasta el siglo XIX, concretamente hasta 1869, cuando la ley separase los bienes de la Corona de los personales de sus dignatarios, podemos disfrutar de un itinerario histórico y artístico donde tan relevante es la iconografía religiosa. Ello no es extraño; de hecho, en 1496 el Papa Alejandro VI concedió a los monarcas españoles el título de Sus Católicas Majestades, privilegio mantenido hasta hoy.

Por otro lado, la inquietud de nuestros soberanos por tales creaciones abundaba en la devoción e identificación del pueblo en general con dicha espiritualidad. Así nos lo descubre el Políptico de Isabel la Católica (1496-1504), realizado por Juan de Flandes. El naturalismo de estas escenas, imbricadas a la par con un misticismo no ajeno a la devotio moderna, parecen anunciar la prolongada relación de la monarquía con la cultura y el arte flamenco. No en vano, estas galerías exhiben una magnifica selección de tapices tejidos en los numerosos talleres de dichas latitudes. Por su excepcionalidad, sobresale el cartón realizado por Michiel Coxcie para el tapiz del Embarque en el Arca de Noé (1562-1565).

La señalada relación de la Corona con la fe cristiana vivió un considerable impulso gracias al Concilio de Trento (1545-1563) y la Contrarreforma, movimiento teológico, político y cultural coincidente con la eclosión del Imperio español a un lado y otro del Atlántico. Buen testimonio del mestizaje promovido por la evangelización —quizá poco presente en el diseño expositivo— es la Mitra de plumas de manufactura azteca (segunda mitad del siglo XVI).

Fiel testimonio del papel de nuestros soberanos en pro del papado y de la Iglesia de Roma son aquellas imágenes que fomentaban las doctrinas y dogmas ratificados por el precitado concilio, aspecto inherente al arbitraje político de los Austrias en los siglos XVI y XVII: así lo verifica La Alegoría de la Liga Santa (1577), de El Greco.

Al hilo de tal hecho, hemos de recordar la exaltación de la Eucaristía propugnada por aquella espiritualidad, aquí exhibida gracias a la labor política e intelectual de Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II. La gobernadora de los Países Bajos encargó a Rubens, pintor barroco por antonomasia, los cartones para la serie de tapices dedicados al Triunfo de la Eucaristía (1925), conjunto destinado a las Descalzas Reales, algunos de los cuales contemplamos en este museo.

La reverencia de la Casa Real por su Divina Majestad pervivió con fuerza incluso durante la Ilustración borbónica, según atestigua el recién restaurado Monumento del Jueves Santo (1765-1775), diseñado por el arquitecto neoclásico Ventura Rodríguez para el convento de la Encarnación. El afán europeo y europeísta de los monarcas españoles hizo que su mecenazgo no se centrara en lo netamente hispano, antes al contrario. Junto al tantas veces aludido gusto por lo flamenco, fue peculiar su inquietud por el arte italiano. Es aquí donde se contextualiza Cristo en la cruz (1654-1657), del escultor barroco Bernini, otrora venerado en el Panteón Real de El Escorial; o la Salomé del también barroco Caravaggio (1609), óleo que con acierto dialoga con el cuadro homónimo del flamenco Gerard Seghers.

A propósito del citado personaje bíblico, cabe subrayar la relevancia que en el itinerario expositivo se le ha dado a la mujer como mecenas (Isabel Clara Eugenia, Isabel de Farnesio, Isabel II) y como artista. Por lo que a esto último respecta, hemos de mencionar La Sagrada Familia con san Juanito (1589), de la pintora renacentista italiana Lavinia Fontana, o El Arcángel San Miguel venciendo al demonio (1692), de la escultora barroca sevillana Luisa Roldán, La Roldana.

Un premiado edificio que asimila arte y urbanismo

En nuestro recorrido por las Galerías de las Colecciones Reales no dejamos de admirar el joyel que custodia estas grandes obras maestras. De hecho, este edificio ha sido galardonado y reconocido con notables distinciones, incluso antes de su apertura, como el Premio Nacional de Arquitectura (2003) o el Mies van der Rohe (2007).

Los arquitectos Emilio Tuñón Álvarez y Luis Moreno Mansilla idearon un complejo inmueble capaz de unir una propuesta estética actual —junto a las lógicas necesidades expositivas— sin renunciar al preciso diálogo e imbricación respecto a su histórico emplazamiento.

El acceso a estas galerías se realiza a través del discreto pórtico ubicado en el costado oeste de la catedral de la Almudena. A partir de ahí, nuestro itinerario es descendente, de manera que la fachada principal del edificio aprovecha el desnivel de la llamada Cornisa del Campo del Moro.

La asimilación de este nuevo conjunto arquitectónico en un espacio tan significativo desde el punto de vista histórico, artístico, urbanístico y natural se alcanza a través de una austeridad lineal, combinada con ciertos materiales e inspiración no ajenos al propio Palacio Real.

Dicha conveniencia y convivencia es evidente asimismo en su interior. De hecho, la planta -1 incorpora y asume como propios algunos restos arqueológicos de la antigua muralla árabe, entre otros. Los espacios diáfanos, su amplitud y sistema lumínico, hacen tan relevantes las estructuras tectónicas que, paradójicamente, estas parecieran desaparecer en pro de las piezas exhibidas. No debemos obviar, asimismo, la importancia que en todo este proyecto adquiere la optimización de los recursos energéticos.

En la citada planta -1, que inicia el itinerario, se exponen objetos artísticos de toda índole, comprendidos entre los siglos XV y XVII. Es decir, es aquí donde lucen tantas notables empresas artísticas amparadas por los Reyes Católicos y los Austrias, destacando la colección de tapices y la afamada armería de Patrimonio Nacional, la segunda mejor del mundo. Sin olvidar el patrocinio y las fundaciones religiosas de dichos soberanos, donde tan importante sería el papel de la mujer por entonces desde tantas perspectivas. Además de lo enunciado, sobresalen en este mismo ámbito grandes obras maestras de autores como El Bosco, Velázquez, Tiziano, El Greco, La Roldana y un largo etcétera.

La planta -2 se consagra a la dinastía borbónica, arrancando su discurso a partir de 1734, cuando se iniciara la construcción del Palacio Real tras el incendio que malogró el otrora Alcázar habsbúrguico. En tal galería brillan con luz propia los magníficos cuadros de Goya, Paret, Lorenzo Tiepolo, Mengs o Giaquinto.

La última planta, reservada para las exposiciones temporales, acoge durante estos días la muestra titulada En movimiento, que compendia una rica selección de los vehículos utilizados por los soberanos y la jefatura del Estado desde el siglo XVI hasta el XX. Carrozas, carruajes, berlinas e incluso trineos testimonian los cambios en los usos, modas y costumbres de los monarcas para sus desplazamientos y exhibición más allá de los muros de los Reales Sitios.