Un colegio que ayuda a tratar bien a los demás
El Santiago Apóstol, del arzobispado de Valencia, ha recibido una mención del Ministerio de Educación por su trabajo en materia de convivencia y resolución de conflictos
«No hacía nada, faltaba a clase, me dormía en las explicaciones, me pegaba casi todos los días; pero me hablaron del Santiago Apóstol, vine y he cambiado mucho. Aquí estoy estudiando, sacándolo todo y me siento bastante bien», explica Rafa Ponferrada, alumno de Formación Profesional. Una ilusión compartida por Isabel Borja, de 5º de Primaria: «Tenemos cosas que aún no tienen en otros colegios: grupos interactivos, tertulias y el club de los valientes, donde defendemos a la víctima y somos una piña. Cuando pasa algo tenemos que ir todos a ayudarla».
El futuro, la esperanza y la formación de Isabel, Rafa y los otros casi 200 alumnos en situación de desventaja social son el gran premio que recibe día a día el colegio diocesano de Valencia Santiago Apóstol, del Cabanyal. El Ministerio de Educación ha querido también reconocer la labor que el centro realiza en los barrios de Beteró, Malvarrosa y Cabanyal, otorgándoles una mención en los I Premios de Bienestar Emocional.
Jordi Bosch, director del colegio, recogía la mención en un día muy importante para toda la comunidad educativa, porque, como explica, «anima a seguir con este trabajo, en el que se hacen partícipes a todos los alumnos y a las familias para que puedan hacer suyo el proceso educativo». «Un trabajo en equipo», con un gran orgullo por sus alumnos, pues «algunos están estudiando grado medio, cuando hace unos años tendrían complicado acabar la ESO», afirma.
Detrás de esta labor hay mucho trabajo y también mucho Evangelio. La entidad titular del colegio es la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles y se identifica como «escuela católica» con el «diálogo interreligioso como herramienta de inclusión». El arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, visitaba hace poco el centro y hablaba a los jóvenes de amor: «Si una persona no nos quiere y nosotros rezamos por ella y la amamos, a lo mejor llegará un día en el que podremos ser amigos y en que podremos vivir como hermanos». El amor, la convivencia y el diálogo es la base de un colegio en una zona con altos niveles de conflictividad, cuya mayoría de alumnos pertenece a la comunidad gitana. El centro tiene identidad cristiana católica y las familias una identidad cristiana evangélica muy marcada, pero eso no es problema. Al contrario, «vivimos la diferencia como una riqueza y una oportunidad para toda la comunidad», añade Bosch.
Por ello, uno de sus grandes objetivos y retos es «fomentar la participación de las familias en el centro». José López es padre de uno de los alumnos: «Yo conocía el Santiago Apóstol como el cole, pero ahora en la comunidad de aprendizaje ya no es el cole, es mi cole, es nuestro cole». No es para menos, muestran desde la dirección del centro: «El 45 % de los educadores y educadoras de nuestro colegio son jóvenes gitanos y gitanas del barrio que se han titulado en Secundaria y siguen adelante en su proceso formativo, participando en nuestro programa de inserción laboral».
Un modelo sinodal
Comisiones mixtas de convivencia, creación de un plan participativo y asambleas, entre otras actuaciones, son claves en la prevención y resolución de conflictos. Trabajan todos unidos con comunicación. Un ejemplo de ello: la comunidad educativa se ha reunido y ha estado pensando en crear una nueva norma para el colegio. Ya tenían una: «¡Me gusta que me trates bien!». Ángel Bermúdez, antiguo estudiante del colegio diocesano, opina que esta primera especie de precepto «ayudó mucho, porque se evitaron bastantes peleas, sobre todo en 5º y 6º de Primaria». «Y también porque se redujeron los insultos», añade.
Quieren más y buscaron otra propuesta. Se reunieron, explica Roberto —el jefe de estudios— los principales motores de la comunidad de aprendizaje: «La asamblea de cada aula, la asamblea de representantes de cada clase, la comisión de convivencia y la asamblea de la comunidad». Fue todo un proceso sinodal escolar. «A mí me sorprendió. Los niños pequeños compartían en el mismo nivel que los mayores y eran escuchados y atendidos; sus opiniones eran recogidas con el mismo valor que las del resto», explica Daniel, profesor de Secundaria.
A José, alumno de Primaria, le encantó la experiencia: «Las asambleas de representantes son muy guapas porque hablamos muchos y a veces hacemos normas nuevas». Lo que confirma Yarisa, también alumna de Primaria: «Nos juntamos todas las clases e hicimos la norma del cole». Una nueva regla que entusiasma a todos, fruto del trabajo en comunidad: «Cuenta conmigo: con respeto y tranquilidad nos podemos ayudar».