Supergarcía. ¿Últimos saludos cordiales? - Alfa y Omega

Supergarcía. ¿Últimos saludos cordiales?

Isidro Catela
El periodista José María García en un fotograma de uno de los episodios. Foto: Movistar Plus+.

Aunque José María García cierre este retorno, en forma de miniserie, apagando las luces de un estudio de radio, lo cierto es que resulta demasiado aventurado afirmar, sin al menos colocarle los interrogantes, que estamos ante sus últimos saludos cordiales. De hecho, la serie tiene un falso final; no se apresuren a apagar la pantalla, que hay sorpresa.

Entre chupópteros, correveidiles y abrazafarolas, Supergarcía, de Movistar Plus+, es una serie documental muy bien hecha, que, ciertamente, gira en torno al endiosado líder de las ondas, pero que no es para nada complaciente, porque cuenta con testimonios que en absoluto le bailan el agua y que completan una suerte de biografía-testamento audiovisual de gran valor. Apenas algunas personas, que hubieran sido la guinda del pastel como José Ramón de la Morena, Florentino Pérez o José María Aznar, se han negado a participar, pero, aun así, nos encontramos ante tres entregas de mucho valor que, especialmente, aquellos que crecimos con el transistor en la almohada vamos a disfrutar mucho.

El documental, dirigido por Charlie Arnáiz y Alberto Ortega, es también una crónica de los últimos 60 años de la historia de España y, en particular, de la historia político-empresarial de los medios de comunicación social. Lo es, en buena medida, porque José María García siempre quiso ser un periodista total, todoterreno, que viviera la noche de los transistores entre los leones del Congreso, o que, ya veterano, fuera capaz de levantar su programa deportivo para tratar de poner de acuerdo a las partes de un conflicto de altos vuelos.

La tesis que se mantiene en la serie, y que rubrica el propio protagonista con las confesiones más íntimas que realiza, es que el personaje García acabó por comerse a José María. Por eso es entrañable verle, al atardecer de la vida, a él, que fue José María del Gran Poder, paseando por sus prados asturianos, con la mirada vidriosa, jugando con sus nietas y apuntando hacia lo que de verdad importa.