Monseñor Asenjo: «No sería pequeño fruto del Año de la Misericordia si los sacerdotes nos engancháramos al confesionario» - Alfa y Omega

Monseñor Asenjo: «No sería pequeño fruto del Año de la Misericordia si los sacerdotes nos engancháramos al confesionario»

Este domingo, 17 de enero, se cumplen siete años desde que monseñor Juan José Asenjo tomara posesión del oficio de arzobispo coadjutor de Sevilla. Desde entonces son numerosas las decisiones adoptadas en el gobierno de una diócesis con una población cercana a los dos millones de habitantes. En esta entrevista revela la mejor receta para conciliar el sueño, y comparte su interés por la pastoral vocacional, el acompañamiento a las familias y algunos objetivos que la Iglesia se ha planteado de cara al Año de la Misericordia

Archidiócesis de Sevilla
Foto: ABC.

¿Difiere mucho la diócesis que imaginaba cuando llegó a Sevilla con la que nos presenta ahora?
Sustancialmente es la misma diócesis. Son las misma personas, el mismo aire que respiramos, la misma belleza de las calles, del entramado urbano de Sevilla, pero yo quiero pensar que algo habremos avanzados en estos años. La vida es progreso, es evolución y en estos siete años algún pasito habremos dado para ir aproximándonos a la diócesis ideal a la que el Señor sueña, y a la que él desea que se aproxime la Archidiócesis de Sevilla.

En su haber destacan la creación de los Centros de Orientación Familiar, la implantación de la Acción Católica, el nuevo Directorio de la Iniciación Cristiana… Pero hay coincidencia en que la pastoral vocacional, el Seminario, es una de sus prioridades ¿Nos equivocamos?
Pues no. Ciertamente los COF, la Pastoral Familia y de la Vida, es un flanco decisivo en la vida de nuestra diócesis y en la vida de toda diócesis, como son también los otros sectores que acabas de mencionar, inclusive la iniciación cristiana que sigue siendo una prioridad. Pero no cabe duda de que sin buenos sacerdotes, sin sacerdotes santos, todos los proyectos están condenados al fracaso.

¿Sigue siendo entonces «la niña de los ojos» del arzobispo?
La vida de la diócesis depende en buena medida de la santidad, de la vitalidad y del vigor apostólico de sus sacerdotes. Yo estoy convencido de ello, y por ello, dedico muchas energías a este flanco importante de la vida diocesana que es la pastoral vocacional. El Seminario ciertamente es la niña de los ojos de este obispo, como debe ser la niña de los ojos de todos los obispos. Voy con frecuencia al Seminario, me entrevisto con los seminaristas, les celebro la Eucaristía varias veces al año y cuido de estar también cerca de los formadores buscando la orientación del Seminario que quiere la iglesia.

¿Qué clima percibe en los seminarios sevillanos?
El de Sevilla es un Seminario serio, donde los seminaristas viven en un clima de serenidad, de equilibrio, en un clima de responsabilidad y libertad responsable, en un clima de plegaria y de piedad y un clima también de estudio de trabajo, compañerismo y alegría.

¿Es arriesgado hablar hoy día de una «primavera vocacional» en Sevilla?
El Seminario está bien orientado y la pastoral vocacional está en buenas manos. Yo estoy muy agradecido a los formadores del seminario y a los mismos formadores que son los delegados solidariamente por el obispo para esta pastoral importantísima. Sé que están trabajando mucho y muy bien, y estoy seguro de que estamos recogiendo frutos de tanto trabajo, de tanto interés en esta pastoral determinante.

¿Las circunstancias derivadas de la realidad social aconsejan acentuar algún aspecto de la formación de los futuros sacerdotes?
Siempre que hablo con ellos les insisto en el cultivo de la vida interior. Porque sin una amistad, una intimidad, una comunión profunda y estrecha con el Maestro, con el Señor, por muy buenos propósitos que los seminaristas tengan, o los sacerdotes tengan, están condenados al fracaso. La potenciación de la vida interior me parece que es un aspecto clave en la vida del Seminario. Por otro lado, en momentos de tanto sufrimiento de tanta gente como consecuencia de la crisis económica, y aunque probablemente esta esté en vía de superación, el bienestar del que nos hablan los políticos todavía no ha descendido al nivel de las familias. Sigue habiendo mucho sufrimiento y mucho dolor en Sevilla ciudad, en los barrios periféricos y en nuestro pueblos. Entonces, yo les pediría a los formadores que también propicien la formación social de los seminaristas para que sean sensibles ante el sufrimiento, el dolor de tantos hermanos nuestros que van quedado en las cunetas del desarrollo social y para los que el sacerdote tiene que ser buen samaritano.

En el gobierno de la diócesis cuenta desde hace cinco años con una ayuda importante, un obispo auxiliar ¿Cómo valora esta colaboración?
La valoro con una matrícula de honor, con un agradecimiento tremendo. Yo soy muy amigo de don Santiago, lo era antes de venir a Sevilla, antes de que él fuera obispo. Cuando el Papa me concedió la posibilidad de concederme un obispo auxiliar, no lo dudé, puse en primer término de la terna a don Santiago. Lo está haciendo muy bien, me presta una ayuda y un auxilio muy estimable. Él es un hombre de muy buena cabeza, muy inteligente, muy bien formado, de mucha hondura espiritual y vida interior. Es un hombre de muy buen carácter, sencillo y humilde, que es tal vez la nota más característica de don Santiago. Aspecto éste que le hace una persona muy atractiva y cercana a la gente.

En alguna ocasión comentó que por su población, cerca de los dos millones de habitantes, la archidiócesis podría optar a contar con un segundo obispo auxiliar ¿Valora solicitarlo al Papa?
Efectivamente a mí me concedieron dos obispos auxiliares, de momento pedí uno pero no descarto la posibilidad de pedir en un plazo medio un segundo obispo auxiliar porque, no en balde, uno va siendo cada vez más mayor. He cumplido setenta y este año he tenido algún que otro episodio de salud. No descarto pedir en una fecha no lejana un segundo obispo auxiliar.

El pasado 13 de diciembre se inauguró el Año de la Misericordia en Sevilla. Nos recordó que se trata de un año propicio para pedir perdón.
Es un año en el que tenemos de ahondar en la conversión personal. Todos necesitamos convertirnos, primero el arzobispo. Necesitamos convertirnos cada día porque ninguno de nosotros es tan bueno, tan generoso tan Santo que no tenga que entonar cada día el «yo pecador».

¿Por qué cree que nos cuesta confesarnos?
Se debe a un cierto subjetivismo y a una cierta aversión o rechazo de las mediaciones. El Señor, en la tarde de Pascua cuando instituye el sacramento de la penitencia y dice «recibid el espíritu santo a los que perdonéis los pecados les serán perdonados», etc. El Señor nos está diciendo que el perdón de los pecados pasa por la manifestación de los pecados ante el ministro de la Iglesia. Hoy hay mucha gente que dice «yo no me confieso ante un cura, yo me confieso con Dios». Pues eso es una cosa desordenada, una falsedad, pues la voluntad del Señor está clara: para podérsenos perdonar nuestro pecados tenemos que manifestarlos al sacerdote en el sacramento de penitencia, ¡un sacramento hermosísimo!, el sacramento de la paz, el sacramento de la alegría, el sacramento del reencuentro con Dios.

¿Cómo se favorece desde la archidiócesis este acercamiento a la confesión? ¿Es posible «hacer campaña»?
Yo voy los lunes a San Onofre a confesar, para que todo el mundo sepa que el arzobispo está disponible en esas dos horas y para que mis sacerdotes se sientan invitados también a sentarse en el confesionario. Yo creo que algo estamos logrando, no sería pequeño fruto del Año Santo de la Misericordia si los sacerdotes nos engancháramos al confesionario y todos nuestros fieles supieran que su sacerdote a determinadas horas está disponible.

Es un año para seguir incidiendo en la ayuda a los más necesitados ¿Cómo valora lo que la Iglesia viene haciendo en esta área?
Sin ánimo de echar las campanas al vuelo, estoy muy impresionado del compromiso de la Iglesia en el servicio a los pobres a lo largo de estos años de crisis económica. Todo es mejorable, pero creo que hemos dado el «do de pecho» a través de los religiosos y religiosas que sirven a los pobres, a través de la Cáritas diocesana, las caritas parroquiales, las hermandades… Yo estoy seguro de que si no hubiera sido por el compromiso de la Iglesia con sus comedores, su Cáritas, muchos miles de andaluces y muchos miles de sevillanos no habrían podido comer. De manera que la iglesia tantas veces denostada por un anticlericalismo fácil, tantas veces denostada por el laicismo, ha estado donde tenía que estar, comprendiendo que el abc del Cristianismo es la caridad y servicio a los más pobres con los que el Señor se identifica.

Sevilla sigue siendo semillero de santos. Este año de la mano de una religiosa de nuestro tiempo, una santa de la vida cotidiana.
Esta es una iglesia de santos, empezando por las santas Justa y Rufina y luego tantas personas beneméritas del pasado y del presente. Tenemos el testimonio luminoso de don Manuel González, el cardenal Spínola, las dos Hermanas de la Cruz, Santa Ángela y Madre María de la Purísima. Tantos y tantos cristianos canonizados oficialmente por la Iglesia, y también muchos no canonizados cuyos nombres no figuran en los registros vaticanos de las Causas de los Santos. Pero están ahí, inscritos en el corazón de Dios, entre los cuales todos tenemos familiares y amigos. Ellos nos estimulan con su ejemplo e interceden por nosotros ante el Señor.

¿Tan cercana está la santidad?
No hace falta hacer cosas extraordinarias. En los siglos IV y V muchos cristianos en Oriente pensaban que para ser santos había que retirarse al desierto. Era la fuga mundi, la huída del mundo, se iban al Alto Egipto y hacían cosas extravagantes. Se subían a lo alto de una columna, como San Simeón eI Estilita, o como San Alejo, que vivió toda la vida emparedado en el hueco de una escalera. Son cosas dignas de admiración pero no son imitables, y pienso que el Señor a ninguno de nosotros nos pide cosas semejantes. Nos pide que vivamos la santidad en la vida cotidiana, y el Papa Pablo VI nos pedía que fuéramos santo de lo ordinario, santos de la vida cotidiana, de la simplicidad. Se puede ser santo como madre o padre de familia, en el trabajo profesional, acogiendo en nuestras manos la voluntad santa de Dios y haciendo lo que Dios espera de nosotros, cumpliendo con el dibujo que el señor ha soñado, ha elaborado para cada uno de nosotros. Yo siempre recuerdo aquella frase de Pemán en El Divino Impaciente, cuando Ignacio de Loyola le dice a Francisco Javier que «la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer»… ¡Que no es poco!

¿A qué santo le gustaría parecerse?
A los santos pastores que antes he mencionado, sobre todo a los papas santos del siglo XX, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, cuya entrega a la Iglesia es apabullante. Hombres que vivieron para el señor, que vivieron sin tasas, sin medidas y sin reloj al servicio de la Iglesia y de los fieles. Hombres de profunda vida interior, son para mí modelos y referentes emocionantes.

Volviendo a la actualidad, los recientes atentados terroristas han revitalizado una corriente que estigmatiza de forma genérica al Islam y a quienes profesan esta fe ¿Qué tiene que decir el arzobispo de Sevilla al respecto?
Lo he dicho en una de esas preguntas que me hacen los lectores de la revista diocesana sobre el Islam. Una persona me venía a decir que los musulmanes cuanto más lejos mejor. Pues yo tengo que decir que no estoy de acuerdo. Los musulmanes, la inmensa mayoría son pacíficos. Buenas personas, gente muy piadosa y observante que nos da muchas lecciones de piedad y espíritu religioso. Bien es verdad que hay fanáticos fundamentalistas, y nosotros no podemos aprobar y bendecir el fundamentalismo, pero hay millones de musulmanes que son hermanos nuestros, hijos de Dios, personas que creen en un Dios uno, único y todopoderoso que premiara a los buenos y castigará a los malos en el último día. Oran cinco veces al día, practican la limosna, la compasión y el amor a los pobres. Yo me siento cercano a estos hermanos nuestros, no los puedo ni insultar ni marginar, los tengo que tratar como hermanos.

¿Nos queda algo por conocer del arzobispo? ¿A quién se encomienda antes de tomar alguna decisión importante?
A los santos pastores fundamentalmente. Al beato Marcelo Spínola, al beato Manuel González, a san Juan de Ávila, patrono del clero secular español, y al que lo fue todo para mí cuyo proceso de beatificación está abierto, don Jesús Pla Gandía, obispo de Sigüenza entre 1981 y 1991, un santo obispo. Para mí fue un modelo de vida, de dedicación y entrega a su diócesis, un modelo de virtud y de vida interior. Este verano yo dediqué tres días a responder a un interrogatorio que me han hecho sobre su vida, virtudes y fama de santidad. Don Jesús es un santo con el que yo he viajado mucho, he hablado muchas veces con él y a mí me quería mucho. A él me encomiendo cuando tengo que tomar decisiones importantes, ya que él fue un obispo muy gobernante. Estoy convencido de que el obispo tiene que gobernar, no puede dejar que las cosas se pudran o se solucionen solas, porque difícilmente se van a solucionar solas.

¿Y su Virgen de la Salud?
A la Virgen de la Salud y a la Virgen en general. La Virgen de la Salud en concreto ha representado mucho en mi vida de niño, en la vida de mi familia, en mi vida de joven seminarista, de sacerdote, y en mi vida de obispo. Todas las mañanas le invoco, la tengo en mi capilla, es reina y madre de Misericordia, consuelo y fortaleza.

¿Le pesa la responsabilidad a la hora de conciliar el sueño?
Yo confió en la providencia de Dios, pienso que he actuado con buena voluntad, dejo al Señor que remate la obra y duermo normalmente bien. Algunas veces temo que no pueda oír el despertador, pero fuera de eso duermo perfectamente porque tengo la conciencia tranquila.

¿De qué fuentes bebe a la hora de preparar sus homilías y cartas semanales?
Bebo mucho de la formación que uno recibió en los años de estudiante, de mis lecturas, y mucho del magisterio de los últimos Papas. Tengo muchísima devoción tanto al Papa Juan Pablo II como al Papa Benedicto XVI. También leo cosas del Papa Francisco, y ellos son principios de inspiración muy válidos para mi magisterio episcopal.

Recientemente preguntaban al Papa cada cuánto tiempo se confesaba ¿Con qué periodicidad lo hace el arzobispo?
Me confieso cada doce o quince días. Pienso que es una práctica muy recomendada por los maestros de la vida espiritual, nos obliga hacer examen de conciencia y a tomar por los cuernos las riendas, el timón de nuestra propia vida. Yo también hago examen de conciencia por la noche. El examen de conciencia de cada día nos ayuda a preparar bien la confesión.

¿Debemos rezar por algo en concreto? ¿Alguna intención especial?
Yo pediría oraciones por la santidad de los sacerdotes, por la perseverancia de los seminaristas y para que el Señor nos conceda las vocaciones que necesitamos. No tanto para nosotros, que tenemos sacerdotes suficientes, pero sí para compartir con otras iglesias. Luego pediría también por la fidelidad de los esposos y que la pastoral prematrimonial ayude a los novios a prepararse eficazmente para el matrimonio. Y que cese esta especie de sarampión, esta epidemia de rupturas matrimoniales que son un daño muy grande para las personas que se separan y que es un daño muy grande para también para los hijos y para a sociedad.

¿Algo que podamos conocer de su carta a los Reyes Magos?
Pues no he escrito ninguna carta a los Reyes Magos. Yo tengo de todo y me sobra de todo, no necesito nada. Solo necesito que la gente rece por mí y me encomiende cada día para que responda y sea fiel al Señor y al ministerio de salvación que él me ha encomendado en esta Iglesia.