En el marco de PHotoESPAÑA 2023 y organizada por el Instituto Polaco de Cultura, la Embajada de Polonia en España, la Fundación Nacional Polaca y el Centro Nacional para la Cultura de Polonia, el viernes pasado se inauguró en el Centro Cultural Galileo, en Madrid, la exposición 24.02, del fotógrafo polaco Maciej Biedrzycki. Cuando comenzó la invasión de Ucrania, este joven, que ya ha trabajado para agencias importantes, así como para el presidente de Polonia, se cogió la cámara de fotos y se fue para la frontera entre su país y el invadido.
Recuerdo bien aquellos días, que viví con un desgarro que no ha hecho más que agravarse. Mujeres y niños huían de los bombardeos rusos en dirección a Polonia, a Eslovaquia, a Hungría… Por toda Europa, se extendieron las acciones de solidaridad. Hasta desde España fue gente en coches, autobuses y hasta en taxi para tratar de acoger a aquella gente que lo estaba perdiendo todo.
Sin embargo, nadie ha hecho lo que los polacos. Nadie como ellos ha abierto las puertas de sus casas, nadie ha preparado comida ni abrigos como ellos, nadie ha hecho suya la causa de Ucrania como ellos. Hoy, más de un año después del comienzo de la guerra, el centro de Varsovia está lleno de jóvenes con la bandera amarilla y azul al cuello recaudando fondos para el país que resiste. Por doquier se escucha la lengua de Tarás Sevchenko (1814-1861). Son multitud los sitios con los carteles en ucraniano para que los entiendan los más de tres millones de refugiados que han encontrado en Polonia un lugar seguro.
A estos ucranianos y a estos polacos los retrató Maciej Biedrzycki en los primeros días de la crisis humanitaria. De todas estas fotos, cargadas de dolor y miedo, pero también de esperanza, mi favorita es la de este joven polaco con pañuelo al cuello y gorra que sostiene en los brazos a un bebé mientras sonríe confiado a una joven, que debe de ser la madre de la criatura. El chico tiene barba y luce un chaleco que lo identifica como voluntario, asistente, ayudante… Como alguien que trae un abrazo amigo, cargados de mantas y comida caliente.
Este polaco sonríe.
Me recuerda a otro polaco que cuando todo parecía hundirse también sonreía: se llamaba Juan Pablo II y es santo de la Iglesia católica. Creo que él también debió de sonreír así en momentos terribles; no por felicidad, sino por confianza. No por alegría ni optimismo, sino por esperanza.
Entonces, en medio del sufrimiento que estas fotos muestran, aparece un destello de luz.
A ese bebé lo protege un polaco sonriente.
Polonia será su hogar y su refugio mientras dure la guerra.
Este bebé no recordará a ese polaco, con barba y gorra, que lo sostiene en brazos, pero en esa sonrisa respira la humanidad entera y hay algo de divino en esos brazos.
«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».