Van Gogh: el artista que pintó para mantenerse lúcido - Alfa y Omega

Van Gogh: el artista que pintó para mantenerse lúcido

El pintor neerlandés padeció al final de su vida una esquizofrenia. El lienzo le sirvió como vía de escape y, por eso, fue su etapa más productiva

Ana Robledano Soldevilla
Campo de trigo con cuervos de Vincent Van Gogh. 1890. Van Gogh Museum, Ámsterdam. Foto cedida por el Van Gogh Museum.

Esta primavera-verano museística se dedica a Van Gogh. Tanto en Europa como en Estados Unidos se han inaugurado dos soberbias muestras del padre del postimpresionismo. Ambas abarcan un eslabón incandescente de la carrera del artista. Mientras la exposición del Metropolitan Museum of Art (MET) de Nueva York investiga el motivo del ciprés en sus obras —icono incuestionable en las pinturas del maestro—, el Van Gogh Museum en Ámsterdam analiza su última etapa artística, las pinturas en Auvers unos meses previos a su muerte. En estas líneas nos centraremos en la segunda.

Resulta que esta etapa final de su vida fue clave en su carrera debido a su vertiginosa productividad. Se conoce que la salud mental del artista sufrió un rápido deterioro en un corto espacio de tiempo. Lo que empezaron por ser manías y tics nerviosos comunes se transformaron en episodios de melancolía, los cuales desembocaron en una seria esquizofrenia que le atormentaba a diario. El mismo autor confesaba en las cartas a su hermano Theo que pintaba para mantenerse lúcido. La creatividad en el lienzo era la vía de escape de su fulminante enfermedad mental. Tristemente, por eso tiene sentido que las semanas antes de su suicidio fuesen las más productivas y creativas de su vida.

No tener amigos ni familia cerca fue, posiblemente, el detonante de semejante evolución de la enfermedad. Solamente tenía la confidencia de Theo, quien hizo lo posible por conectarlo con otros pintores y lograr insertarlo en un círculo de artistas en el que fuese feliz y prosperase con su obra. Pero dichas conexiones no cuajaron demasiado, más bien todo lo contrario; la «amistad» que intentó entablar con Gauguin le costó su oreja. Su soledad era cada vez más angustiosa y lo único que le quedaba era apreciar lo que había a su alrededor y trasladarlo al lienzo con su distintiva creatividad.

Tras ingresar en un asilo psiquiátrico durante un año en un pueblo del sur de Francia, decidió reanudar su vida y mudarse a una nueva localidad. El destino no podía ser otro que Auvers, ya que ahí residía el doctor Paul Ferdinand Gachet, psiquiatra especializado en melancolía, que cuidó al artista en los meses finales de su vida. Una de las obras más destacables de la muestra es, de hecho, el retrato que le hizo a este médico, que presenta un detalle curioso que levanta cierto debate: la flor violeta que tiene el doctor en la mano parece ser una especie con la que se fabricaba un medicamento eficaz para la esquizofrenia. Hay quien dice que la consumición de dicho narcótico generaba un efecto secundario de trastornos visuales y cromáticos, lo cual podría explicar el insistente uso del amarillo o la línea nerviosa de sus pinceladas. Aunque, todo hay que decirlo, sobre la figura de Van Gogh hay infinidad de hipótesis e incluso leyendas. Sus biógrafos tienen la suerte de poseer documentos escritos del puño y letra del artista. Gracias a estos testigos se sabe que la soledad y tristeza del pintor fueron constantes en su corta vida, de 37 años.

Como decíamos, el núcleo de este proyecto expositivo es la admiración por esta productividad acelerada de Van Gogh en sus últimos pasos por este mundo. Pintaba más de un cuadro al día y se aventuró a experimentar con colores y motivos dispares. Un buen ejemplo sería Ramas de castaño en flor (1890), de la colección de Emil Bührle, que actualmente está en préstamo al Kunsthaus Zürich y es la primera vez que se expone en Ámsterdam.

El Musée d’Orsay, institución colaboradora del proyecto, ha prestado piezas muy relevantes de sus colecciones, como el mencionado retrato Doctor Paul Gachet (1890), su conocido Autorretrato de 1889, o la aclamadísima pintura de Iglesia de Auvers-sur-Oise (1890). Cabe mencionar que, respecto a esta última, se conserva una carta de Van Gogh a su hermana Wilhelmina en la cual describe los colores que ha decidido emplear para pintar este templo. El autor menciona los violetas y azules de las cubiertas, así como el efecto de la luz solar rosada creando un bello efecto en el color de las plantas. Si cualquiera googlea y observa cómo luce realmente esta humilde iglesia, podría asegurar que Van Gogh tenía una mirada empeñada en apreciar la belleza o una mentalidad en ver el mundo desde una visión generosamente positiva. Nadie se imaginaría, al ver la contraposición de imágenes, que este artista sufriera de melancolía, depresión y soledad. Con este ejemplo es fácil afirmar que Van Gogh no pintaba para ganarse la vida, sino para sobrevivirla.

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