Con cada convocatoria electoral surge la eterna pregunta: ¿cómo debe votar un cristiano? ¿Hay algún partido que represente el voto católico? Un dilema tan viejo y, a la vez, tan actual, que llama a los católicos a un profundo discernimiento. La Red Fratelli invitaba la pasada semana, precisamente, a discernir, con cabeza y corazón, sobre el sentido del voto cristiano en un momento de profunda polarización y desafección política. Y no fue difícil encontrar referencias para iluminar este derecho y deber doble que tenemos los ciudadanos en democracia.
Ya en las primeras elecciones democráticas, en 1977, la Iglesia española dejó claro que cualquier tentación partidista de apropiarse del voto católico era, no solo inútil, sino una peligrosa intromisión en su libertad. Así lo explicaban los obispos en su nota: «Ningún programa político es capaz de realizar plena y satisfactoriamente los valores esenciales de la concepción de la vida cristiana». El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia va más allá cuando advierte de los «equívocos peligrosos» a los que lleva «pretender que un partido corresponda completamente a las exigencias de la fe y de la vida cristiana. […] La adhesión a una formación política, dice el documento, «no será nunca ideológica, sino siempre crítica, a fin de que el partido y su proyecto político resulten estimulados a realizar formas cada vez más atentas a lograr el bien común, incluido el fin espiritual del hombre». Un bien común que pasa por el reconocimiento y cuidado de unos bienes «innegociables»: la dignidad de toda vida humana, (desde el no nacido hasta el menor inmigrante) y la opción preferente por los pobres. Algo que ninguna de las siglas acaba de defender del todo.
Es por eso que, dice el Papa en Fratelli tutti, el cristiano tiene una doble tarea, la de comprometerse y acompañar a la política con responsabilidad evangélica y la de valorarla como «una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común».
No es fácil en un momento de desconcierto ejercer con responsabilidad ese derecho y deber de votar. Pero como escribió a las puertas de aquellas primeras elecciones democráticas José M.ª Martín Patino, vicario de Pastoral de la archidiócesis de Madrid, el voto católico no puede ser «ni de miedo, ni de trauma histórico», sino «de fe en el futuro».