Hace unas semanas se celebró en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma un congreso con el título La teologia alla prova della sinodalità donde nos preguntamos por el lugar de la teología en la búsqueda compartida de la voluntad de Dios en los procesos de discernimiento, purificación y reforma del camino sinodal. Es una experiencia que no puede darse sin conversión personal en las dimensiones religiosa, moral e intelectual (Lonergan), desde la humildad, la disponibilidad y la escucha, y llega también a la conversión misionera de las estructuras eclesiales, respetando la libertad de los miembros, sin presiones ni manipulaciones de agendas particulares, a veces, ocultas. Los procesos de participación sinodal no son los de un parlamentarismo civil, sino los de un discernimiento apostólico en común donde se busca apertura a la realidad y escucha al Espíritu. Caminar juntos convoca a un diálogo profundo entre fieles y pastores, e iguala, pero no deroga, la estructura jerárquica a la que la Iglesia no puede ni podrá renunciar. La sinodalidad es sub Petro et cum Petro.
La necesidad de renovación de la Iglesia universal se ha incrementado con las posibilidades de interconexión y la ubicuidad del conocimiento, con la complejidad creciente del pluralismo dentro de la Iglesia, afectado también por la fragmentación de la posmodernidad tecnológica y los nuevos bríos que va tomando el enfoque de la autenticidad ligado a la transparencia, así como el afloramiento del gran drama de los abusos sexuales, de conciencia y de autoridad, en los que se manifiestan siempre problemas estructurales y mal uso del poder. En medio de las transformaciones y tensiones que proveen esos factores, se vuelve necesario crear condiciones para diálogos reales y abiertos y para repensar la función de la autoridad dentro de la Iglesia.
En 2007 en Aparecida el entonces cardenal Bergoglio hizo una reflexión que lleva diez años aplicando como Papa: «Ante una Iglesia más cuestionada, donde el pluralismo cultural y religioso de la sociedad repercute fuertemente […] ya no se acepta un pronunciamiento solo porque provenga de la autoridad. El estilo y el carácter del magisterio contemporáneo tiende a ser un magisterio teológico-pastoral, inaugurado por el Vaticano II y ampliamente acogido y difundido en nuestro continente».
La sinodalidad comienza escuchando al pueblo como participante de la función profética de Cristo y capaz de discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos los signos verdaderos de la presencia de Dios (GS, 11), y culmina en la escucha del obispo de Roma como «pastor y doctor de todos los cristianos». La afirmación teológica fundamental que está aquí actuando es la que asienta que no solo reciben el Espíritu Santo el Papa y los obispos, sino que por el Bautismo lo recibimos todos los fieles, por eso todos somos necesarios para desarrollar en el Espíritu nuevas comprensiones de la Revelación interpelados por los signos del tiempo. Ese sentido profundo de la Iglesia sinodal es expresado con total nitidez por Evangelii gaudium: «En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar. El Pueblo de Dios es santo por esta unción que lo hace infalible in credendo. Esto significa que cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe. El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación (LG, 2). Como parte de su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe —el sensus fidei— que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios».
Por eso, los fieles no pueden limitarse a permanecer pasivos. La verdadera obediencia les manda que den su propia respuesta a partir de la gracia y la sabiduría que les han sido otorgadas. El reto es, pues, armonizar el sensus fidei dado a la totalidad de los fieles para discernir lo que viene de Dios y las decisiones magisteriales que requieren la adhesión de los fieles para no desviarse del camino del Señor, pues los sucesivos encuentros con la verdad precisan de la armonización entre autoridad y libertad en la comunidad, para vivir la comunión-participación-misión que convoca a pueblo, pastores y teólogos.
Así, pastores y teólogos deben trabajar sinérgicamente buscando el bien común de toda la Iglesia, ampliando continuamente su horizonte mediante una conversión que les permita inculturarse para anunciar el Evangelio, es decir, disponerse a un verdadero encuentro a partir del cual puedan proponer un «desarrollo creativo» que fiel a la divina Revelación tenga en cuenta «la cultura» de los fieles y también la de aquellos que no son fieles, pero también están llamados a la salvación de Cristo, que es salvación para todos. Tal es «la cultura del encuentro» en la que tanto insisten Francisco y Osoro. Se puede decir que la inculturación es expresión de la Encarnación de Dios y exigencia de la misión misma del anuncio del Evangelio. Ahí encuentra base firme la sinodalidad como camino para la Iglesia del tercer milenio, al igual que la necesidad de que la teología no solo estudie y reflexione sobre ella, sino que se conecte en acto a ella y viva a fondo la «racionalidad sinodal» practicando una investigación y docencia con sentido intertransdisciplinar, intercultural y pastoral.