Dios, verdad, conciencia, culpa, libertad, bien, mal… ¿Quién habla de esto hoy, en televisión? Con la de temas interesantes y urgentes que hay que atender: la crisis, el paro, la política, la corrupción, Urdangarín, Garzón, la izquierda, la derecha, la huelga, la violencia callejera, el 11M… Y, sin embargo, hay en la programación nacional televisada un programa que sí se ocupa de lo importante, en vez de lo urgente, o de lo interesante; que atiende a las causas de lo que ocurre, en vez de a las consecuencias; un programa que se titula Lágrimas en la lluvia y que María Cárcaba y Juan Manuel de Prada preparan, coordinan y presentan, los domingos, a partir de las 4 de la tarde, en Intereconomía televisión. ¿Usted lo ha visto alguna vez? ¿No? Pues no sabe lo que se pierde. Tal vez podría ser un poco más corto y, desde luego, unas veces el acierto es mayor que otras; en ocasiones tiene más altura que en otras, y alguna vez se pasa de altura.
Probablemente, usted es uno de tantos que no dejan de lamentarse de la basura televisada, del vacío, de la falta de valores… Verá usted, quejarse, aparte de estéril, es inútil; no sirve para nada. Si usted quiere que verdaderamente cambie esta sociedad, empiece por cambiar usted mismo; y, para empezar, cambie de canal de televisión. Utilice el mando, que por algo y para algo se llama mando. Mande usted en su televisor, y no al revés.
Prada y Cárcaba proyectan elegir un tema de fondo, escuchan los deseos y peticiones de los televidentes; en la medida de lo posible, eligen la película que consideran adecuada y llaman a cuatro expertos a debate serio, no a una sucesión de aprioristas monólogos en los que cada quisque suelta lo suyo sin escuchar a los demás —que, por desgracia, en eso consisten hoy la mayoría de los mal llamados debates—. Y tienen la habilidad y la inteligencia de lograr que se les vea el plumero —incluso el plumero pseudoeclesial—, a los que es muy bueno que se les vea, aunque se disfracen. Chesterton los llamaba pedantes de Ateneo. Van por el programa 66, y el silencio denso y clamoroso que se hace sobre este programa es la prueba más elocuente de que interpela —la verdad siempre molesta—.
Si usted prefiere a los góticos progres de arte y ensayo, de pensamiento único y débil, que degradan la comunicación, allá usted. Pero luego, no se queje.