Los justos - Alfa y Omega

Los justos

Sábado de la 3ª semana de Cuaresma / Lucas 18, 9-14

Carlos Pérez Laporta
Párabola del publicano y el fariseo. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Comentario

Jesús se dirige a «algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás». De nuevo podríamos pensar que quiere provocarlos, pero lo que quiere es salvarlos. Quiere salvarlos de sí mismos. Es la idea que se han hecho de sí mismos la que les impide acceder a la salvación. Les dedica tiempo. Les ofrece su palabra y tiene la delicadeza de hacerlo en parábolas. Alguien cerrado sobre sí mismo es insensible a un mandato o una corrección directos. Pero el rodeo de una parábola, por breve que sea, permite una cierta relajación del propio posicionamiento moral.

El resto debe hacerlo el contenido de la parábola. Jesús conoce el arrepentimiento de los pecadores. Lo ha visto por dentro de cada corazón compungido. Nada le conmueve más a Él, nada le acerca más a la humanidad que un corazón humilde, que reconoce su pecado y su necesidad de Dios. Por eso los pecadores bajan justificados: porque ante el pecado reconocido Jesús viene. Él cree que ese mismo corazón llegará a conmover a los hombres que se sienten autosuficientes. ¡Es tan cansado estar a la altura! ¡Y tan falso! Todo el día agrandando sus virtudes y aminorando sus defectos. Todo el día comparándose con todos y despreciando al resto… ¿No verán el descanso añorado en el afecto con el que Jesús narra la humildad del corazón del pecador? ¿No querrán ellos reconocer su necesidad de ser recogidos también por Cristo?