«Un cura anciano es un anciano que es cura»
Hacer sentir a los sacerdotes y religiosos mayores que siguen contando para la Iglesia y profesionalizar su atención son algunos de los retos planteados en el III Congreso Humanitate
En la recién restaurada y bendecida capilla de la Residencia Sacerdotal San Pedro se lee al entrar, en letras granates en la pared de la izquierda, aquello que el Señor le dijo a san Pablo cuando este ya no podía más: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad». Hay debilidad en esta casa en pleno Chamberí que acoge a cerca de 70 sacerdotes diocesanos ya mayores, en sus 80-90 años. Pero también hay mucha vida porque, a pesar de la ancianidad, «no dejamos de ser sacerdotes». Quizá ya no ejerzan un ministerio público, pero sí uno más específico: la oración y el ofrecimiento, «por el bien de la Iglesia y de los cristianos, de las fragilidades propias de la edad». Andrés García de la Cuerda dirige esta casa después de haber sido, entre otras responsabilidades, rector del Seminario Conciliar de Madrid durante 28 años y vicario episcopal del Clero otros cinco.
El objetivo principal de la residencia es que «los sacerdotes encontremos un lugar donde seamos acogidos, queridos y asistidos» y poder mantener, «dentro de esa asistencia, la condición sacerdotal». Porque, como dice, no son «estorbos en el presbiterio, sino que aquí hay mucha sabiduría pastoral y vida sacerdotal entregada». Además de recibir las visitas de sus familiares, también acogen a seminaristas todas las semanas, lo que supone un enriquecimiento mutuo. Ya la propia residencia «postula una fraternidad básica», aunque «es cierto que en el ocaso de la vida uno tiende a concentrarse más dentro de sí mismo y se puede agudizar cierto sentimiento de soledad». Esto se une a que el sacerdote diocesano no está acostumbrado a una «vida comunitaria de congregación». Así pues, en San Pedro «se procura facilitar actos en que esa comunidad pueda hacerse patente y crecer». Aparte de la Eucaristía diaria —hay cuatro, dos de ellas pensadas para los residentes con problemas de movilidad—, están ya recuperando actividades de antes la pandemia, como el cine o las tertulias. Además, «la casa está abierta a un acompañamiento» que venga de fuera, por parte de laicos, siempre que sea «adecuado y sistemático», lo que implica compromiso y organización.
Cuando se le pregunta a García de la Cuerda por los retos y desafíos de la atención a los sacerdotes mayores vuelve a la Escritura: «Aquí cada día tiene su afán». Reconoce que la casa acumula «una experiencia de mucho tiempo» en temas organizativos. Cuenta, además, con la «inestimable ayuda» de los curas más jóvenes de la Congregación de San Pedro Apóstol, nacida en 1619 para el auxilio de sacerdotes seculares en situación de desamparo. Cada residente tiene sus circunstancias, «un sacerdote anciano es un anciano que es sacerdote», apunta el director, y aunque se respira en ellos «una esperanza de fondo muy fuerte», «no dejamos de ser humanos». Y al igual que Jesucristo sintió angustia y soledad, también ellos comparten esos miedos. «Vivimos en la fe, en la esperanza y procurando ejercer la caridad», pero son «hombres que se enfrentan al final de su vida y también hay momentos de oscuridad».
La soledad ha sido precisamente uno de los temas abordados en el III Congreso Humanitate, organizado en Madrid los días 14 y 15 de marzo por por la Fundación Summa Humanitate (FSH). Las jornadas han llevado a consideración la mejor atención y organización de las residencias y enfermerías de diócesis y congregaciones. La fundación trabaja desde 2006 con la Iglesia, gestionando 69 casas de religiosos y religiosas mayores y tres de sacerdotes ancianos. Su director operativo, José Ramón López, se refiere a la soledad como una «nueva pandemia» que «mata silenciosamente a mucha gente» y de la que no están exentas las personas de vida consagrada. Por eso es un reto abordarla, como también «apasionar a nuestros sacerdotes y religiosos en esta etapa y ayudarlos a descubrir su misión en el ahora; que sientan que siguen contando y mucho».
Son «historias vivas»
López coincide en esto con García de la Cuerda: «Son historias vivas, tienen clarividencia, aguzada por la experiencia, dedican tiempo por los demás, por ejemplo mediante la oración, y siempre que pueden manifiestan deseos de colaborar en cualquier actividad que pueda ser útil a la comunidad». Reconoce admirar la humildad de muchos religiosos que han sido generales o provinciales y, en su tercera edad, ofrecen servicios sencillos. «Con ese ejercicio de humildad y sencillez, nos están dando ejemplo a los demás y cumplen con ello una misión de evangelización».
En esta etapa de la vida hay además «otro tipo de necesidades», indica López, a las que hay que dar respuesta: de relación con los demás, afectivas, emocionales, espirituales, psicológicas… Sin dejar de lado la atención en la edad avanzada, porque el envejecimiento generalizado en Europa impacta también en las congregaciones. El director operativo de FSH afirma que han crecido las comunidades de hermanos mayores y también la esperanza de vida. «Vivimos más años, pero no necesariamente mejor; eso conlleva que la dependencia vaya aumentando y la atención que hay que prestar a nuestros mayores cada vez es más grande». En este sentido, reconoce que «es muy habitual encontrar comunidades con personas de más de 100 años». Así, el número de enfermerías se incrementa y, a su vez, «la urgencia de aglutinarlas y de abrir nuevas experiencias intercongregacionales, incluso con laicos, que ayuden a sostener económicamente estas obras». La clave de una mejor atención en estos casos pasa por la profesionalización. López detalla algunos de sus componentes: tratar con respeto, saber escuchar, tener paciencia, trabajar por evitar el aislamiento, pero también saber desconectar, descansar y «encontrar espacios de crecimiento y de fortalecimiento formativo», concluye.