Francisco habla por sus diez años de pontificado: Nicaragua, Ucrania y una posible renuncia
Reflexiona sobre estos años en tres nuevas entrevistas. En una de ellas llama desequilibrado a Daniel Ortega y define su régimen como dictadura grosera
Hasta ahora la prudencia, para algunos excesiva, había sido la nota dominante de las declaraciones del Papa Francisco sobre el giro totalitario del régimen de la pareja Ortega-Murillo. Las relaciones diplomáticas del Vaticano con el Gobierno de Nicaragua son mínimas y difíciles, algo que quedó claro con la expulsión, ya hace más de un año, del nuncio Waldemar Stanislaw Sommertag, un grave gesto por parte del régimen nicaragüense.
A partir de ahí, todo ha ido de mal en peor y la Iglesia, como ha reconocido la propia ONU en un reciente informe, se ha convertido en objeto de una rabiosa persecución por parte de Daniel Ortega. El mandatario ha llegado a decir que obispos, sacerdotes y el Vaticano son una mafia. Lo más preocupante es que las palabras de Ortega se han convertido en hechos y el acoso contra la Iglesia y sus miembros se ha recrudecido sistemáticamente hasta el punto de condenar al obispo de Matagalpa a pena de prisión como traidor de la patria. El citado informe de la ONU advertía, además, de que es patente que Ortega ha pervertido todo el sistema democrático, así como las instituciones del Estado, tales como la judicatura, que ha terminado condenando al obispo.
Francisco siempre había invocado el diálogo con tal de que hubiera una puerta al menos entreabierta. «Se ha hablado con el Gobierno, hay diálogo. Esto no significa que apruebe todo lo que hace o que lo desapruebe», comentaba en septiembre a su regreso del viaje de Kazajistán.
Sin embargo, pese a los llamamientos y los intentos, el tándem Ortega-Murillo ha seguido con su hostigamiento. Tras expulsar a las Misioneras de la Caridad, se ha sabido que otras dos órdenes religiosas han tenido que abandonar el país: las Religiosas de la Cruz y del Sagrado Corazón de Jesús y las Hermanas Trapenses.
El último movimiento ha sido anular la personalidad jurídica de Cáritas y confiscar dos universidades católicas, una de ellas perteneciente al episcopado nicaragüense. Son la Universidad Juan Pablo II y la Universidad Cristiana Autónoma de Nicaragua. El Ministerio del Interior ha ordenado a estos dos centros que entreguen al Consejo Nacional de Universidades toda la información sobre los estudiantes.
Parece que, con esta nueva gota, el vaso de la contención del Papa se hubiera colmado a tenor de sus declaraciones en una entrevista a Infobae, medio argentino. Francisco, a preguntas del periodista, responde sin medias tintas que Ortega debe ser un «desequilibrado».
«Con mucho respeto, no me queda otra que pensar en un desequilibrio de la persona que dirige (Daniel Ortega). Ahí tenemos un obispo preso, un hombre muy serio, muy capaz. Quiso dar su testimonio y no aceptó el exilio. Es una cosa que está fuera de lo que estamos viviendo, es como si fuera traer la dictadura comunista de 1917 o la hitleriana de 1935, traer aquí las mismas… Son un tipo de dictaduras groseras. O, para usar una distinción linda de Argentina, guarangas. Guarangas», añade.
En vísperas de sus diez años como Pontífice, Francisco ha ofrecido otras dos entrevistas. Este sábado se ha publicado una concedida a La Nación, importante diario argentino. Conversa con Elisabetta Piqué quien, además de vaticanista, ha cubierto durante meses la guerra en Ucrania desde el terreno. De hecho, Francisco le da las gracias por su valor. Su conversación gira en gran medida en torno al fin de la invasión. El Papa reitera que desea viajar a Kiev y a Moscú, pero que la condición es poder viajar a las dos ciudades. Lamenta de nuevo que Putin no le haya respondido nunca al teléfono y dice que espera la visita de la primera dama ucraniana, una audiencia que ya tenía fecha, pero ha sido pospuesta.
La segunda de las entrevistas de Francisco es a la Radiotelevisión Suiza en lengua italiana. El Santo Padre habla sobre su estado de salud. Dice que solo le hará renunciar el cansancio y asegura que ha dado órdenes de que le avisen si comienza a perder lucidez.