Conciencia y modelo en la respuesta migratoria
Los migrantes han sido una prioridad para el Papa Francisco, que levantó la voz para denunciar las injusticias y acogió a refugiados
Los diez años del pontificado del Papa Francisco los acotan dos tragedias en el Mediterráneo. La de Lampedusa, el 3 de octubre de 2013, en la que fallecieron más de 350 migrantes, y la de Crotone, el pasado 26 de febrero, que se llevó por delante la vida de en torno a 70 personas, entre ellas muchos niños. Han sido diez años marcados por varias crisis de refugiados —Libia, Siria, Afganistán, Ucrania…—, por un mare nostrum convertido en mare mortuum —más de 26.000 migrantes fallecidos o desaparecidos desde 2014, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)—, como ha denunciado el propio Pontífice. Años de acciones, palabras y gestos que han convertido a los migrantes y refugiados en una de las prioridades del Papa Francisco. Quedó claro al elegir como su primer viaje apostólico la isla de Lampedusa el 8 de julio de 2013. Allí denunció que la sociedad actual ha olvidado cómo llorar, cómo sentir compasión con los que sufren, especialmente con los que se suben a una embarcación con sus hijos para buscar una vida mejor. Es «la globalización de la indiferencia», una de las expresiones más utilizadas por Francisco. Meses después, al ver que su grito no había sido escuchado tras una nueva tragedia [la que hemos citado al inicio], añadiría: «Solo me viene una palabra: vergüenza. Es una vergüenza».
En todo este tiempo ha dado un gran impulso a la pastoral migratoria en toda la Iglesia. La creación de la Sección Migrantes y Refugiados en 2017, dentro del nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral fue clave para que la propuesta de Francisco —acoger, proteger, promover e integrar— se esté convirtiendo en algo habitual en las iglesias locales.
Pero si hubiera que destacar un solo hecho en toda su contribución en el campo de las migraciones, ese sería, sin duda, su implicación en la puesta en marcha de corredores humanitarios, vías legales y seguras para los refugiados. Los puso en práctica él mismo en 2016, cuando se trajo en el vuelo de regreso del viaje a Lesbos a un grupo de sirios gracias a la ayuda de la Comunidad de Sant’Egidio. Monica Attias vivió en primera persona el proceso, pues ella, responsable de los corredores humanitarios de esta organización en Grecia y Chipre, fue una de las encargadas de entrevistar a los refugiados en Moria. «Se movió todo muy rápido. Conseguimos un permiso para entrar en el campo, pues estaba cerrado y los refugiados no podían salir. Hablamos con familias muy frágiles, con necesidad de una protección especial. Ese fue el criterio de selección, la necesidad, no los títulos o la capacidad profesional», explica a Alfa y Omega. Recuerda a una mujer con su marido e hijo, muy pequeño. Era investigadora en la Universidad de Damasco. Se habían jugado la vida en el camino. Hoy es bióloga en el hospital Bambino Gesù. Pero la relación del Papa, añade, no se quedó ahí, pues se sigue interesando por ellos e incluso los invita a su casa.
Después de aquella experiencia, el Pontífice ha promovido otros dos corredores humanitarios con el Vaticano. En 2019 envió al cardenal Krajewski, el limosnero, a Lesbos en una misión para traer un nuevo contingente de refugiados. Lo acompañó Jean-Claude Hollerich, presidente de COMECE, nombrado esta semana miembro del Consejo de Cardenales. Desde allí, recuerda la responsable de Sant’Egidio, hicieron una invitación a todos los episcopados de Europa para que llamasen a las puertas de sus gobiernos y promovieran vías legales y seguras. En 2021 de nuevo volvió de Chipre con más refugiados. «La intervención del Papa en 2016 desbloqueó la posibilidad de reubicar refugiados de las islas del Egeo en toda Europa. Fue una acción concreta y profética al mismo tiempo», concluye Monica Attias.