Y el Papa aprendió a ser extrovertido
Sergio Rubin, que junto con Francesca Ambrogetti ha entrevistado durante 20 años a Francisco, afirma que sus diez años de pontificado no cambiaron «la letra, pero sí la música»
Recién creado cardenal, en 2001 Jorge Mario Bergoglio dio una conferencia a los corresponsales en Argentina. A la pregunta de «cómo debería ser el futuro Papa, respondió que “un pastor”». Fue en esa época cuando la periodista italiana Francesca Ambrogetti y el argentino Sergio Rubin iniciaron con el arzobispo de Buenos Aires una conversación de más de 20 años que ha cristalizado en los libros El jesuita (2010) y El pastor, que ve la luz en el décimo aniversario de su pontificado. Ambrogetti y Rubin —explica este último a Alfa y Omega— han elegido este título porque, si bien todo Pontífice debe serlo, «la gran característica de Francisco es que es un pastor preocupado por sus ovejas: las cuida, las acompaña y las acoge en todas sus circunstancias».
Poco después de aquel 13 de marzo de 2013 y su fumata blanca, Rubin saludó al Papa. «Me encontré con el mismo Jorge Bergoglio de siempre, con su sencillez y su humanidad». Luego sí detectó un cambio: en Argentina era cercano en el trato personal, pero «a nivel público tenía un gesto más adusto. No tenía la sonrisa tan marcada ni esa manera de comunicar tan extrovertida».
El Papa argentino llegó a Roma con dos maletas. Una pequeña para volver pronto a casa. Y otra cargada de las experiencias de sus estudios en Chile, «el posconcilio en América Latina, que golpeó muy fuerte», la dictadura… Especial impronta le dejaron los años que, como exprovincial de los jesuitas, pasó en Córdoba, sin cargos relevantes, justo antes de ser elegido obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992. «Él dice que entró en una noche oscura, pero con un final luminoso». Este tiempo «le dio una maduración espiritual enorme». Hizo examen de conciencia y vio que, como «él mismo reconoce, era muy autoritario y duro».
«Entiende las resistencias»
En esta década ha seguido el programa marcado por las congregaciones generales previas al cónclave: revitalizar el anuncio del Evangelio, combatir los abusos y hacer una Iglesia más transparente, abierta y comprensiva. Pero «más que en la cantidad enorme de medidas», Rubin se fija en el «cambio cultural». «Alguien dijo que no cambió la letra, pero sí la música. La doctrina no cambia, pero debe haber otro modo de relacionarnos» con un mundo que sí lo hace.
Una apuesta que le ha traído «dolores de cabeza» y verse cuestionado. «A veces le causa un poco de tristeza». Pero tras esto no ve a «enemigos», sino que habla de «resistencias en una institución milenaria en la que cuesta cualquier cambio, aunque no sea de doctrina. Lo entiende. Y nunca pierde la alegría». Tampoco le importa pedir perdón por sus errores, prosigue Rubin. Por ejemplo, al defender la inocencia del obispo chileno Juan Barros, acusado de complicidad con el sacerdote Fernando Karamina, culpable de abusos.
A sus 86 años, el obispo de Roma «siempre piensa que se pueden hacer más» cosas. «Es un hombre de acción, pero también de mucha oración», que «permanentemente pide al Espíritu Santo que lo ilumine». En particular, «hablamos bastante de la confesión», a la que necesita acudir con frecuencia. De hecho, al ver el cariño de la gente se pregunta «qué pensarían si supieran todos los pecados que tengo». Vive y ha difundido devociones como la de la Virgen Desatanudos o san José dormido. «Tiene una gran valoración de la religiosidad popular» y «de esa fe sencilla del “santo pueblo fiel de Dios”, poco elaborada teológicamente, pero que tiene lo central».