Alex Katz propone la eternidad
La obra del famoso pintor neoyorquino es aparentemente simplona y cuesta justificarla, pero encierra una interesante búsqueda espiritual, como muestra una reciente exposición del Guggenheim de Nueva York
Progresivamente, desde el posimpresionismo hasta nuestros días, el arte se parece más a la filosofía. Los museos de arte contemporáneo ya no guardan necesariamente una búsqueda de la técnica y de la belleza, sino el planteamiento de nuevas teorías estéticas interpretadas desde el corazón de cada artista. Cada autor habla de sí, de lo que piensa, de sus emociones, sus denuncias, sus anhelos, sus angustias o simplemente de aquello que particularmente le inspire. Inevitablemente, los que entregan su vida a la nueva forma de creación artística buscan en su interior respuestas a complejas preguntas. Los artistas son filósofos en el diseño de algo visual. Hoy hacemos zoom a lo que se le pasaba por la cabeza a uno de los artistas vivos más aclamados de la actualidad, que también se incluye entre los pintores referentes del siglo XX: Alex Katz (1927).
Este autor neoyorquino trabaja, todavía, un estilo pictórico difícil de apreciar para la mayoría. Requiere gran apertura de mente para valorarlo como lo hace el mercado. Y no, no es abstracción, son escenas reconocibles, es pintura figurativa, pero algo descontextualizada. Su obra es una compensación entre líneas escuetas y composiciones planas con un uso, quizá más expresivo, del color. Una variación del arte pop si tuviésemos que encajarlo en algún estilo. Nos recuerda un poco a David Hockney, a Julian Opie, o incluso a Warhol por mencionar algunos. Pero sin ser lo mismo.
Por este motivo, muchos no le darían una segunda oportunidad. Gracias a la exposición Alex Katz. Gathering del Museo Guggenheim de Nueva York indagamos en una teoría muy concreta de su obra, de la que se ha hablado en más de una ocasión: la eternidad. Pensar en que la eternidad existe da vértigo. Katz, sin ser necesariamente religioso, quiso investigar sobre esta realidad en su obra. Y la encontró a través de la experimentación atenta y consciente del presente. En sus palabras: «La eternidad es minutos de completa consciencia […]. La pintura, cuando tiene éxito, parece ser reflejo sintético de esta condición». Para Katz, podemos percibir una noción de eternidad mediante instantes de pura concentración en la realidad que nos rodea: una mirada entre amigos, la luz del sol filtrada a través de las hojas de un árbol… No son cosas eternas; de hecho, se acaban rápido, pero concentran la vida diaria en solo una impresión visual.
Para este pintor, vivir el momento es experimentar el eterno ahora. Y para sentir así el presente con plena consciencia solo se necesita una predisposición: el silencio. El artista propone contemplar lo mundano desde la paz interior. Quizá por eso sus pinturas no tengan excesiva energía ni demasiado contenido narrativo, son bastante relajadas y transmiten una especie de quietud gracias a sus líneas simples y colores planos. Observando la belleza que nos cautiva en el presente y en silencio es como Katz experimenta la eternidad. Para los creyentes también ocurre algo parecido con la belleza de un amanecer, la carcajada de un bebé, el sonido del agua en un río, la paz de un rato de lectura… son todos momentos presentes y sublimes en los que, si estamos atentos, percibimos a Dios, que es eterno.