Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
El Papa canonizará, el domingo, en la plaza de San Pedro, coincidiendo con el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), a tres grandes beatos misioneros, dos italianos y una española: la salmantina Bonifacia Rodríguez, fundadora de la Congregación de Siervas de San José, que ayuda a las mujeres necesitadas en lugares tan remotos como Papúa-Nueva Guinea. Junto a ella, serán elevados a los altares Guido Conforti, fundador de los misioneros javerianos, y Luis Guanella, fundador de la familia guaneliana
Bonifacia Rodríguez de Castro nació en Salamanca el 6 de junio de 1837, en el seno de una familia profundamente cristiana. Su padre era sastre y tenía instalado un taller de costura en su propia casa. Terminados los estudios primarios, aprendió el oficio de cordonera, con el que empezó a ganarse la vida con quince años, a la muerte de su padre, para ayudar a sacar adelante a su familia. Bonifacia experimentó las duras condiciones de la mujer trabajadora de su tiempo.
Pasadas las primeras estrecheces económicas, Bonifacia montó su propio taller de cordonería, pasamanería y demás labores. Un grupo de jóvenes salmantinas, amigas suyas, acudían a su casa-taller los domingos y festivos por la tarde. Veían en ella a una amiga que las ayudaba. Juntas decidieron formar la Asociación de la Inmaculada y San José, llamada después Asociación Josefina. El taller de Bonifacia adquirió así una proyección apostólica y social al servicio de las mujeres pobres.
En 1870, Bonifacia conoció al jesuita catalán Francisco Javier Butinyà (1834-1899), cuyo proceso de canonización se abrió en 2007. El Espíritu Santo sugirió al religioso la fundación de una congregación femenina para ayudar a las trabajadoras manuales, y en la que oración y trabajo estuvieran hermanados. Se lo propuso a Bonifacia y ambos fundaron la Congregación de Siervas de San José. Junto con seis mujeres de la Asociación Josefina, entre las que se encontraba su madre, sor Bonifacia dio inicio en su taller a la vida de comunidad en 1874, con la aprobación del obispo de Salamanca, que erigió el instituto religioso. Se trataba de un novedoso proyecto de vida religiosa, inserto en el mundo del trabajo a la luz de la contemplación de la Sagrada Familia en el taller de Nazaret. Las Siervas de San José ofrecían trabajo a las mujeres pobres, y evitaban así los peligros que, en aquella época, suponía para ellas salir a trabajar fuera de casa.
A los tres meses de la fundación, el padre Francisco Butinyà fue desterrado de España junto con los jesuitas. Y poco después, el obispo de Salamanca, monseñor Joaquín Lluch i Garriga, fue trasladado a Barcelona. Sor Bonifacia se vio sola al frente del instituto religioso, a tan sólo un año de su nacimiento. Los nuevos superiores eclesiásticos de la comunidad, que no llegaron a captar la honda entraña evangélica de la congregación, sembraron la desunión entre las Hermanas, algunas de las cuales empezaron a oponerse al taller como forma de vida y a acoger a trabajadoras en él.
Rechazo de su congregación
Sor Bonifacia no consintió cambios en las Constituciones del instituto, redactadas por el padre Butinyà. Pero uno de los directores de la congregación promovió su destitución como superiora. Humillaciones, desprecios y calumnias cayeron sobre ella, pero sus respuestas fueron el silencio, la humildad y el perdón. Para solucionar el conflicto, sor Bonifacia propuso al obispo de Salamanca la fundación de un nuevo taller de Nazaret en Zamora, que contó con el visto bueno de los obispos de Salamanca y Zamora.
La Casa madre de Salamanca se desentendió totalmente del taller de Zamora y de su propia fundadora, dejándola sola y marginada; y llevó a cabo modificaciones en las Constituciones de la congregación. En 1901, el Papa León XIII concedió la aprobación pontificia a las Siervas de San José, solicitada por la Casa madre, quedando excluida la casa de Zamora. Sor Bonifacia, llena de confianza en Dios, dijo a las hermanas de Zamora que, cuando ella muriese, se realizaría la unión. Con esta esperanza, falleció el 8 de agosto de 1905. Un año y medio después, la casa de Zamora se incorporó al resto de la congregación.
Enrique García Romero
Según la historiadora de la congregación, sor Adela de Cáceres, «el Concilio Vaticano II nos mandó volver a las fuentes, a la inspiración de los fundadores». Las Siervas de San José son, en la actualidad, unas 600 religiosas, que viven en España, Italia, Argentina, Chile, Colombia, Perú, Bolivia, Cuba, Congo, Filipinas, Papúa-Nueva Guinea y Vietnam. El proceso de vuelta al carisma fundacional está en marcha. Tratan de recrear hoy el taller de su fundadora, enseñando a trabajar y ofreciendo empleo a mujeres pobres. Los talleres tienen más arraigo fuera de España: en Filipinas, Hispanoamérica o el Congo, pero también los hay en nuestro país. En Madrid, por ejemplo, la congregación cuenta con una tintorería y una lavandería. El domingo, las Siervas de San José celebrarán la canonización de su fundadora. El día previo, participarán en una vigilia de oración, en la iglesia de San Ignacio, en Roma.
La característica que hace único a Guido María Conforti es la de ser, al mismo tiempo, fundador de un instituto misionero, obispo de una Iglesia local y animador misionero de la Iglesia universal. Su vida cristiana se sintetiza en su lema episcopal: In ommibus Christus —Cristo es todo en todos—, y el que les dio a sus seguidores, los misioneros javerianos, Caritas Christi urget nos —El amor de Cristo nos apremia—.
Con su canonización, la figura de Conforti se presenta como modelo para todo cristiano. «Viendo su santidad, también nosotros, sus hijos, estamos llamados a reflexionar sobre nuestra vida y sobre la misión que nos ha sido confiada. La canonización —afirma el javeriano Luis Pérez—, es una advertencia: nuestra familia ha nacido de un santo y podrá perdurar en la medida en que, en ella, se encuentre la santidad».
Nació en Parma (Italia), el 30 de marzo de 1865. De niño, cuando iba al colegio, tenía la costumbre de entrar a diario en la iglesia de la Paz, para rezar ante el Cristo. Estos momentos de oración, como él mismo explicará, marcarán su espiritualidad: «Me paro delante de Él. Yo le miro y Él me mira a mí y parece decirme tantas cosas…». Pero si hay algo que condiciona los planes de futuro de Guido es leer, durante sus años en el Seminario Menor, la vida de san Francisco Javier. Desde entonces, y a pesar de los problemas de salud y de las responsabilidades que desempeña en las diócesis de Rávena y Parma, no deja de pensar en llevar el Evangelio a China y continuar la labor que el santo navarro no pudo terminar.
El 22 de septiembre de 1888, fue ordenado sacerdote, y no fue hasta siete años después, el 3 de diciembre de 1895, coincidiendo con la fiesta de san Francisco Javier, cuando el beato Conforti cumple su sueño y funda el instituto. Así nacen los Misioneros Javerianos, una congregación dedicada a la misión ad gentes, cuyos miembros trabajan en pueblos, fuera de la propia cultura y país de pertenencia. Los primeros religiosos, como no podía ser de otro modo, fueron destinados a China a desarrollar su labor pastoral. Era el año 1899.
Durante estos años, supo conjugar el servicio a su diócesis —primero como arzobispo de Rávena y después como obispo de Parma— con el celo misionero. En Italia fue precursor de la enseñanza de la Religión. Estaba convencido de que la Iglesia necesitaba renovarse para responder mejor a las nuevas tareas de misión en el mundo. Por eso, no dudó en escribir al Papa Pío XI para pedirle que convocara un concilio.
Para aquellos que sentían la urgencia de la formación misionera, la figura del obispo tuvo un atractivo especial. En esta época, se acercó a él un joven sacerdote, José Ángel Roncalli, el futuro Papa Juan XXIII: «Buscaba a monseñor Conforti como a la más distinguida expresión episcopal de Italia en aquel momento misionero. Lo buscaba como representante de aquella plenitud del ministerio sagrado de las almas: obispo de Parma, pero misionero para el mundo».
Desde entonces, ha habido javerianos presentes en tierras lejanas para anunciar el Evangelio. Guido María Conforti murió, a los 66 años de edad, el 5 de noviembre de 1931. Había dicho a sus discípulos: «El misionero ha contemplado a Cristo, que señala a los apóstoles el mundo entero donde anunciar el Evangelio, y ha quedado seducido por Él». Diciendo esto, estaba contando su historia, aquella que empezó contemplando un crucifijo.
En la actualidad, la Familia Javeriana está formada por 807 hermanos, de 12 nacionalidades, que están presentes en 19 países. En nuestro país, hay dos comunidades, una en Madrid y otra en Murcia, que se dedican a la animación misionera. La alegría y la esperanza definen su modo de trabajar, que también se caracteriza por el arraigo en la Iglesia local, y la comunión eclesial.
Benedicto XVI proclamará santo a Guido María Conforti el domingo misionero por excelencia. Coincidiendo con este momento de gracia para la Iglesia, tres javerianos comenzarán a trabajar en Tailandia; será la mejor forma de celebrar la canonización de un padre de misioneros.
Amparo Latre
El beato Luigi Guanella fundó una familia de familias religiosas (Hijas de Santa María de la Providencia, los Siervos de la Caridad, y los Cooperadores guanelianos) que está hoy presente en los cinco continentes, sobre todo en zonas con altas tasas de pobreza. «Nosotros, los guanelianos —afirma don Mario Carrera, postulador de la causa de canonización del beato Guanella—, buscamos realizar el proyecto de nuestro fundador, que no es otro que dar pan y dar al Señor; sabemos que el reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida, sino de alegría y paz que da el Espíritu. Nuestras Constituciones indican con precisión los ámbitos específicos de nuestro campo de trabajo: los niños y jóvenes que se encuentran en estado de abandono material o moral, los ancianos privados de consuelo humano, los discapacitados… Es decir, esa parte del pueblo de Dios que vive como ovejas sin pastor».
En la órbita de Don Orione y de Don Bosco, grandes santos de la caridad, Guanella educaba a los jóvenes «con mucho amor, pero expresado en indicar algunos parámetros de vida, lo que preserva del libertinaje para educar en la libertad». Este método educativo lo aprendió de su propia familia, compuesta por trece hermanos. «En ella -continúa don Mario-, aprendió a confiar en la Providencia, que nunca priva de lo necesario a sus hijos»; y también que «el darlo todo y hacerlo gratuitamente preserva del egoísmo, fundamento de todo alejamiento de Dios».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo