Una visita pastoral
Antes de partir hacia Cuba para arropar al Papa y a la comunidad católica en la isla, nuestro arzobispo, ya nominado cardenal, dirigía esta exhortación a sus diocesanos:
La expectación que rodea esta primera visita del Papa a la isla de Cuba supera o, por lo menos, no va a la zaga de cualquiera de las anteriores a otros países del mundo, por muy esperadas que hayan sido. La expectación se vive, en primer lugar, dentro de la Iglesia misma; pero se extiende a la opinión pública mundial, por razones históricas y de actualidad política que están en la mente de todos.
No conviene, sin embargo, desconocer la verdadera naturaleza del viaje y de la visita del Papa, que Él mismo se ha encargado de subrayar con un doble adjetivo: apostólica y pastoral. Se trata de un viaje del que es Sucesor del primero de los Apóstoles, Pedro, para ejercer su ministerio de testigo y maestro universal de la fe de todo el pueblo de Dios; y de la visita del Pastor de la Iglesia universal a una Iglesia particular —la de Cuba— de cuyos obispos, presbíteros y fieles es también Pastor propio e inmediato, para fortalecerles en la comunión de la esperanza y de la caridad de Cristo —entre sí y con la Iglesia extendida por toda la tierra—, y entrañadas desde hace muchos siglos en el alma y en la historia del pueblo cubano.
Las vicisitudes históricas por las que han atravesado los hijos de la Iglesia en Cuba para mantenerse fieles a la fe en Jesucristo, en períodos claves de su devenir nacional, han exigido de ellos una actitud de fortaleza, de humildad y de servicio y amor a sus hermanos, como en los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia. Su admirable perseverancia sólo tiene una clave de explicación: la gracia del Señor y de Su Espíritu, en cuya mediación aparece la figura dulcísima de su Madre y patrona, la Virgen de la Caridad del Cobre.
En estas circunstancias, cualquier hermano en la fe puede imaginarse lo que significa, de signo de esperanza y de sello de amor fraterno, la visita del Santo Padre, Juan Pablo II, para los católicos de Cuba. Y también lo que supone para todos los cubanos de buena voluntad. Juan Pablo II abrirá para todos horizontes de limpia, libre y solidaria humanidad; desbrozará con profundidad, en la amada tierra cubana, los surcos de la reconciliación y de la paz. Él mismo lo expresaba así a los católicos cubanos en el mensaje que les dirigía con motivo de las pasadas fiestas de la Navidad —recuperadas de nuevo para la comunidad civil de Cuba en 1997—, poniendo acentos paulinos en sus palabras: «Déjense reconciliar con Dios… no hagan inútil la gracia de Dios que han recibido… Éste es el momento favorable, este es el día de la salvación».
La misma familia
La Iglesia en España no podía —ni puede— por menos que unirse, de todo corazón y con todas sus fuerzas espirituales y materiales, a la visita del Papa a Cuba. Los vínculos de la comunión de la Iglesia universal que preside el Sucesor de Pedro adquieren en nuestro caso, en la relación con la Iglesia de Cuba, una realidad y consistencia humana y pastoral completamente singular. Hasta el más inmediato ayer de una historia común, los hijos de la Iglesia en España y en Cuba han crecido juntos en la vida de la fe y de la misión eclesial, con la intimidad propia de la misma familia humana y espiritual. Ese espíritu y estilo de familia eclesial, que han modelado desde siempre nuestras relaciones mutuas, se han mantenido vivos a pesar de los más variados avatares y, sobre todo, a pesar de nuestras debilidades y pecados. La misericordia de Dios se ha manifestado siempre grande con nosotros, y hoy mucho más.
Nuestra archidiócesis de Madrid quiere estar muy cerca del Santo Padre y de la Iglesia en Cuba.