El martes de la semana pasada, a la hora de la cena, don José Manuel Estepa Llaurens hacía su entrada en el comedor del Pontificio Colegio de San José, en Roma. Los sacerdotes españoles que allí residen para ampliar sus estudios comenzaron entonces a aplaudir emocionadamente. Era el reconocimiento espontáneo de la Iglesia joven hacia quien ha gastado los años al servicio de Cristo. Aquella noche, mientras se abría paso laboriosamente entre los representantes de las diversas diócesis de España, don José Manuel no hacía otra cosa que recrear lo que ha sido su vida: caminar como pastor de la Iglesia, primero como sacerdote, luego como obispo auxiliar de Madrid durante once años, y después veintidós largos años al frente de la diócesis Castrense de España.
Esa pasión por transmitir el Evangelio es a lo que ha consagrado el nuevo cardenal la mayor parte de su existencia, ya sea al frente de la subcomisión de Catequesis o, sobre todo, como redactor del catecismo de la Iglesia católica; insigne misión a la que fue llamado en 1986 y que él cumplió con exquisita competencia y filial dedicación.
Muchos de los trabajos de aquella redacción se desenvolvieron en los salones del Arzobispado Castrense; salones desde los que tuvo que vivir importantes cambios sociales y religiosos que él afrontó con la misma seguridad y prudencia con que capeó también durísimos momentos al frente de la diócesis. ¡Cuántos funerales por las víctimas de un terrorismo sin sentido! ¡Cuántos viajes a los distintos puntos de España para homenajear a los que habían muerto en acto de servicio! Siempre supo entonces don José Manuel estar al lado de las víctimas del terrorismo y descubrir en ellas el rostro de Cristo sufriente.
Entre sus muchos méritos, no es el menor el haber puesto en marcha la nueva concepción de la atención espiritual a los militares que viene plasmada en la constitución apostólica de Juan Pablo II Spirituali Militum Curae, de 1986, en cuya redacción participó, y que transformó los antiguos Vicariatos Castrenses en Ordinariatos equiparados a las diócesis. Promulgó, en esa dirección, los Estatutos del Arzobispado y puso las bases jurídicas de una diócesis personal que, como le gustaba recalcar entonces, otros tendrían que desarrollar pastoralmente.
Estoy convencido, por ello, al ver tanto como nos ha enseñado a los que hemos venido detrás, que monseñor Estepa bien merece ser llamado maestro de caminantes, de catequetas, de celosos trabajadores de la viña del Señor.
Y, sin embargo, la otra noche, mientras los jóvenes sacerdotes le aplaudían, al hacer su entrada en el Colegio Español, don José Manuel no cesaba de repetir a los capellanes castrenses que lo acompañaban: No he hecho nada para merecer esto. ¡Verdaderamente, el Señor siempre paga el ciento por uno a los que han dejado todo por acompañarlo en la misión de anunciar la salvación del Evangelio a los hombres!