Intimidad pública
«Que los protagonistas de la telenovela sean tan famosos solo amplifica el drama, pero la historia se repite centenares de miles de veces en barrios sin brillo y en las mejores casas»
Da mucho gustirrinín lanzar una indirecta a una ex en Instagram, y eso lo sabe hasta el último pelao con pelusilla en el mentón. Parte del funcionamiento del mecanismo gratificante es la cuota de autoafirmación que te regala cada nuevo like. ¡Imagínate el nivel de autoestima si recibes 121 millones de visitas en cuatro días! Son contenidos que funcionan fenomenal en redes porque apelan a emociones muy básicas. Aquí el bueno, allí la mala, o viceversa. Que los protagonistas de la telenovela sean tan famosos solo amplifica el drama, pero la historia se repite centenares de miles de veces en barrios sin brillo y en las mejores casas. No es verdad que las familias desgraciadas lo sean cada una a su manera.
Me ha dado mucha pena estos días asistir a la venganza de Shakira contra el sinvergüenza del padre de sus hijos, que se fue con una veinteañera. Léanme aquí literalmente. Lo que me ha dado pena en primer lugar ha sido asistir a esto cada vez que me asomo a las redes. Hordas de desconocidos han pasado días discutiendo si está bien o mal que la cantante haya compuesto un tema que afea a Piqué tan a las claras su comportamiento —«Perdón que te sal-pique», «tiene nombre de persona buena, clara-mente no es como suena»—. Enseguida se habían constituido dos trincheras: a un lado los indignados, porque qué pasaría si esto lo hubiera hecho un hombre, y, al otro, los palmeros del empoderamiento.
Ya que abrimos la caja de los feminismos, traeré a colación una de las expresiones que mejor muestran qué es un uso sexista del lenguaje. Mientras que un hombre público es alguien que dedica su vida a la política o el espectáculo, una mujer pública significa algo bien distinto. Entre esas dos acepciones de lo público se cifra el fracaso de buena parte de las familias que naufragan. La vida pública, sea por su lado folclórico —de apego al prestigio profesional— o por el libidinoso, se opone frontalmente a ese otro valor hoy tan infrecuente: la intimidad.
El ámbito de lo íntimo ha quedado reducido a su mínima expresión, y ya ni los trapos sucios se lavan en casa. Uno no puede irse a tomar un vino con su señora sin que se sumen a la fiesta 35 o 40 notificaciones de madres, amigos, jefas y newsletters. Y eso en el mejor de los casos. Si no interrumpe la privacidad cualquier distracción ajena, probablemente sea tu intimidad la que está siendo retransmitida en stories y hasta puede que seas tú el verdugo.
Leí hace poco que uno de los factores que van a ganar más protagonismo en los próximos años a la hora de seleccionar candidatos para un trabajo es la capacidad de atención. Estar concentrado es una rareza improbable. No me sorprendería nada que, a la hora de escoger pareja, un valor al alza sea la virtud de la intimidad, que es una variante de la justicia. La hermana mayor sabe dar a cada uno lo que le corresponde. La pequeña distingue qué es lo público y qué lo privado: qué es de todos y qué es solo nuestro y de nadie más. Así se evitan dispersiones y una vida de cara a la galería que —tampoco nos engañemos— no produce la felicidad.