Benedicto XVI presenta su tercera encíclica como un homenaje al «gran Pontífice Pablo VI», cuya carta Populorum progressio desea retomar y actualizar, pasados ya más de cuarenta años de su publicación en 1967. Caritas in veritate sería, pues, la Quadragessimo anno del Papa alemán, puesto que la citada del Papa Montini —escribe— «merece ser considerada como la Rerum novarum de la época contemporánea». Tras una primera lectura, la recién publicada encíclica deja una honda impresión. Como era de esperar, no ofrece soluciones técnicas para la crisis económica que sufre actualmente el mundo. Pero apunta magistralmente a las profundas raíces humanas no sólo de los graves problemas de ahora mismo, sino también de las hondas divisiones y de las lacerantes injusticias que sufre la Humanidad desde el siglo pasado. Pablo VI había hecho ya un diagnóstico y esbozado una etiología y una terapia que el Papa actual considera que siguen siendo básicamente válidos.
El diagnóstico de entonces es completado por Benedicto XVI con algunos síntomas de estos últimos años. Fundamentalmente, los que se refieren a una nueva situación mundial de mucha mayor proximidad y unidad de los problemas: todo está más cerca y más conectado; económicamente se habla de la deslocalización de los mercados y de la superación de los ámbitos de los Estados tradicionales; culturalmente se habla de la globalización. Pero mayor interrelación técnica no es igual que cercanía solidaria. Aunque tampoco tiene por qué ser necesariamente mayor insolidaridad. He ahí el diagnóstico y el desafío: después del fin de la guerra fría y de los bloques, en 1989, la nueva coyuntura global ofrece posibilidades de unidad a la familia humana que no han sido aprovechadas. ¿Será la crisis actual una ocasión para los replanteamientos pendientes? El Papa así lo espera, pero es también consciente de que el panorama mundial está marcado por graves antinomias: «Mientras por un lado se reivindican presuntos derechos, de carácter arbitrario y voluptuoso, con la pretensión de que las estructuras públicas los reconozcan y promuevan, por otro, hay derechos elementales fundamentales que se ignoran y violan en gran parte de la Humanidad». El positivismo jurídico y su correlato, el relativismo filosófico y moral, se encuentran en la base de tales contradicciones, que hoy no son menores que en tiempos de la Populorum progressio.
La etiología de Pablo VI sigue siendo también válida: las causas del subdesarrollo y de la injusticia no son principalmente de orden material, porque la más radical de todas ellas es la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos. Ahora bien —pregunta aquí Benedicto XVI—, esa fraternidad, «¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación trascendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna».
La terapia o la propuesta que hace el Papa en Caritas in veritate desarrolla la misma que hiciera Pablo VI: es una terapia de hondo calado antropológico. «La cuestión fundamental es si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios». «La cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica». Si el ser humano fuera un producto de sí mismo, el progreso consistiría sobre todo en hacer cosas, con la consiguiente victoria de la tecnocracia. Pero si el ser humano depende de Dios, el progreso es, como ya decía Pablo VI, una vocación. Sí, el hombre está llamado a ser más, al progreso completo, porque ha escuchado una llamada del Padre trascendente. Ahí radica el verdadero humanismo y el motor del progreso y de la lucha por la justicia. Sin Vida eterna no hay progreso verdadero, porque la técnica carece entonces de la medida humana de sus fines. El ser humano, antes de por lo que hace, se mide por lo que recibe: primeramente, el amor infinito del Creador. Por eso, hay una ley moral natural, que no debe confundirse con las leyes de la naturaleza física, sino que responde más bien a la gramática de la naturaleza humana en la que se expresa el lenguaje del amor divino, el basamento firme de la dignidad de todo hombre. Por eso, los derechos del hombre no pueden fundamentarse «sólo en las deliberaciones de una asamblea de ciudadanos», y por eso no habrá respeto verdadero al medio ambiente, si no se cultiva antes la ecología humana en la familia y la escuela.
Caritas in veritate desciende a muchas cosas. Habla de las finanzas, de la relación entre mercado, Estado y empresas, de los sindicatos, de la distinción entre el corto y el largo plazo en economía, del trabajo decente, del beneficio, de la subsidiariedad en el gobierno de la sociedad global, de la escasa ayuda al desarrollo, de la corrupción generalizada, del laicismo y del fundamentalismo religioso, del matrimonio y de la familia, de la cultura de la muerte y de la crisis de la natalidad, etc. Todo está ahí para ser leído con calma y estudiado en su contexto.
No he pretendido más que transmitir la impresión de una primera lectura. Añadir sólo que Benedicto XVI no olvida tampoco aquí uno de sus temas preferidos: el diálogo entre fe y razón. La encíclica misma es un ejemplo brillante de tal diálogo. No faltará, lamentablemente, quien recrimine al Papa pretender imponer a las sociedades modernas y plurales el discurso particular de una fe anticuada. O no habrán leído ellos la encíclica, o pretenderán evitar que otros la lean por sí acaso comienzan a pensar.