El Papa inaugura el Año Sacerdotal. El sacerdote es indispensable
«La Iglesia necesita sacerdotes santos», marcados por la devoción a la Eucaristía y el celo por la salvación de las almas, «que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos». Éstas son algunas de las claves que ha dado el Papa en la inauguración del Año Sacerdotal, que se celebra con ocasión del 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars
La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús marcará el inicio y el final, en 2010, de este Año Sacerdotal. No es casualidad. En Él «está expresado el núcleo esencial del cristianismo», explicó el Papa, el pasado viernes, en su homilía de Vísperas, en la basílica de San Pedro. Tras acoger y venerar las reliquias de san Juan María de Vianney, el santo Cura de Ars, a quien el Papa proclamará este año Patrono de todos los sacerdotes del mundo, Benedicto XVI recordó que la misión del sacerdote es «indispensable para la Iglesia y para el mundo», y «requiere fidelidad total a Cristo e incesante unión con Él».
Quedaba inaugurado el Año Sacerdotal, con un mensaje que enlazaba a la perfección con el Año Paulino, a punto de concluir. A los sacerdotes, y en especial a los párrocos, Benedicto XVI les invita a «dejarse conquistar plenamente por Cristo». Y les recuerda que «nada hace sufrir más a la Iglesia que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en ladrones de ovejas, o porque las desvían con sus doctrinas privadas, o porque las atan con los lazos del pecado y la muerte».
En la víspera, se hizo pública una carta del Papa a los 400 mil sacerdotes de la Iglesia, en la que explica que «este Año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo». Comienza el Santo Padre con un recuerdo personal del párroco con el que inició su ministerio de joven sacerdote. Su entrega sin reservas no pudo quedar más clara en el momento de su muerte, mientras «llevaba el viático a un enfermo grave». Esa misma entrega —añade— la vemos en «tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión» e incluso «perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre».
Las almas cuestan la sangre de Cristo
La carta, de la que Alfa y Omega informará más ampliamente en próximos números, es un bello texto repleto de referencias al Cura de Ars. De él pueden aprender hoy los sacerdotes «una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia». Dice así el Papa: «Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesionarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento». No, si al sacerdote le consume «el celo apostólico por la salvación de las almas». Benedicto XVI recuerda que el Cura de Ars daba una penitencia pequeña a los fieles, y hacía él el resto. «Su enseñanza sigue siendo válida para todos —dice el Papa—: las almas cuestan la sangre de Cristo, y el sacerdote no puede dedicarse a su salvación sin participar personalmente en el alto precio de la Redención».
En la misma medida, es la devoción eucarística lo que definía a san Juan María de Vianney. «¡Oh, qué grande es el sacerdote! —cita el Papa al Cura de Ars—. Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la Redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros».
La importancia del celibato
No es una clericalización de la Iglesia lo que pide el Papa, sino que todos, y, en primer lugar, los propios sacerdotes, redescubran la dignidad del ministerio. Al mismo tiempo, Benedicto XVI invita a «poner de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos». Y en otro párrafo, anima a los presbíteros a «percibir la nueva primavera que el espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades han contribuido positivamente».
Pero estar en el mundo —como ha reiterado últimamente en diversas ocasiones— no implica dejarse contaminar por él. En la Carta a los presbíteros, Benedicto XVI habla, en particular, de la importancia del celibato. «La castidad brillaba en su mirada», decían del cura de Ars, «y los fieles —subraya el Papa— se daban cuenta cuando clavaba la mirada en el sagrario, con los ojos de un enamorado».