«Cuando se sirve a la Iglesia, sólo cabe la alegría»
El pasado jueves, el cardenal Antonio Cañizares inició su nuevo ministerio pastoral como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino. Antes de partir a Roma, quiso despedirse de los fieles de toda España, y, especialmente, de la archidiócesis de Toledo, sede de la que será Administrador Apostólico hasta que el Papa nombre nuevo arzobispo. Éstos son algunos extractos de su carta de despedida:
En la fiesta de Santa Leocadia, patrona de Toledo y de la juventud diocesana, me dirijo a vosotros para comunicaros la noticia, tan rumoreada, pero sólo hasta ahora real, de que, en su magnánima y grande benignidad, el Santo Padre Benedicto XVI me ha nombrado prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Una vez más, el Señor me confía grandezas que superan mi capacidad. Me confío a Él e imploro su gracia, que me basta. No pretendo otra cosa en la vida que hacer la voluntad de Dios. Que Él me conceda nunca desviarme de ella. He aceptado esta misión que se me encomienda con plena obediencia, fidelidad, comunión y el gozo de hacer lo que me piden. Cuando se sirve y se cumple lo que la Madre Iglesia nos pide, sólo cabe el gozo y la alegría. Pero sabéis que estos sentimientos no eliminan, sino que avivan, mi gran dolor por dejaros. Para mí es un negarme a mí mismo, que es, en verdad, donde está la alegría. Os ruego que pidáis a Dios por mí.
A todos me gustaría agradecer y pedir perdón; por todos quiero orar; con todos anhelo dar gracias al Señor. Algunos me van a pedir que haga balance de este tiempo que Dios me ha concedido estar con vosotros y siendo enteramente para vosotros en expropiación de mi persona. Hacer balance es hacer juicio. No sé hacerlo. Y es pronto para hacerlo. Lo dejo en las manos de Dios. Y ante Él, lo único que puedo hacer es darle gracias por su infinita misericordia, por lo bueno que Él es y por lo bueno que Él ha hecho a través de mi ministerio en favor de su Iglesia.
No puede faltar mi agradecimiento a las autoridades e instituciones de España. Siempre he tratado de actuar con respeto, lealtad y espíritu de colaboración en la consecución del bien común. Y siempre he encontrado la misma actitud en todas las autoridades que están junto a nosotros sirviendo a nuestros intereses. Tampoco han faltado sombras en mi ministerio a servicio vuestro -tal vez más de las que esperabais-. Os ruego que me acompañéis en la súplica de perdón al que es rico en misericordia y Dios de toda consolación.
¿Por qué esta comunicación de mi traslado a Roma en la fiesta de Santa Leocadia? Porque en ella ha brillado la gracia del Señor, porque ella se ha encontrado con Cristo y con su amor, y vive en Él y por Él, de manera que nada ni nadie puede separarle de su amor. Porque ella no ha querido saber otra cosa que a Cristo, y ha vivido del amor que viene de Él para anunciarle en una vida de caridad, darle a conocer, hasta el punto que toda su persona es testimonio de este Evangelio del amor de Dios y que es Dios, hasta lo supremo que es el martirio. Entre vosotros, con toda mi imperfección y pecado, no he querido otra cosa que vivir en Cristo, conocer a Cristo, proclamar a Cristo, amaros a todos, orar por todos, convocaros a todos a que améis y sigáis a Jesús. Para esto fui enviado a vosotros.
No os canséis de adorar
Y para eso ahora me envía la Iglesia, junto a Pedro, para dar a conocer a Cristo y ser testigo de su misericordia, que tan fuertemente se ha manifestado en mi vida; para ayudar al Santo Padre en su oficio de santificar al pueblo de Dios; para colaborar, inseparablemente unido a él y en comunión inquebrantable con su persona, a que la Humanidad entera ofrezca a Dios el verdadero culto en espíritu y verdad, donde está la gloria y la grandeza, y el futuro de la Humanidad. Soy testigo de la misericordia de Dios y de la maravilla de postrarse ante Dios en adoración. Y a cantar y proclamar esa misericordia y a adorar a Dios os invito, porque ahí está vuestra santificación. Mirad a Cristo y seguidle. No os canséis de conocerle ni de proclamarle, de adorarle en espíritu y en verdad. En Él tenemos todos el gozo, la alegría, la felicidad, la paz.
Emprendo, enriquecido, un nuevo ministerio en la Iglesia, porque vosotros, para quienes vuestra dicha también es Cristo, que lo encontráis y vivís en la Iglesia, me habéis ofrecido el testimonio y el rostro de la verdad y riqueza real de nuestra fe, que recibimos de la Iglesia. ¡Qué gran sentido de Iglesia tenéis! Seguid amando a la Iglesia, permaneced fieles y firmes en la comunión sin fisura con ella, con el Papa y los pastores. La eclesialidad, la fidelidad a la Iglesia y al Papa, la comunión con la Iglesia es vuestra mayor riqueza, vuestro mejor patrimonio. Manteneos firmes, porque sólo en la Iglesia se encuentra a Cristo, el verdadero y único futuro para los hombres y la Historia.