Respuesta cumplida - Alfa y Omega

Respuesta cumplida

Alfa y Omega

El panorama internacional —escribe Benedicto XVI en su Mensaje para este DOMUND 2008— «ofrece a nuestra atención algunas fuertes preocupaciones, por lo que se refiere al futuro mismo del hombre». Y señala el Papa el alarmante crecimiento de la violencia, la pobreza, las discriminaciones e incluso las persecuciones… «El futuro del hombre corre peligro debido a los atentados contra su vida, que asumen varias formas y modos. Ante este escenario —pregunta el Santo Padre—: ¿qué será de la Humanidad y de la creación? ¿Hay esperanza para el futuro?, o mejor, ¿hay un futuro para la Humanidad? ¿Y cómo será este futuro? A los creyentes —concluye Benedicto XVI— la respuesta a estos interrogantes nos viene del Evangelio. Cristo es nuestro futuro, su Evangelio es comunicación que cambia la vida, da la esperanza, abre de par en par la puerta oscura del tiempo e ilumina el futuro de la Humanidad y del universo».

Esta Comunicación que cambia la vida, precisamente, es el centro de atención del Sínodo de los Obispos, que está teniendo lugar en Roma. No es una palabra escrita en unos libros que han llegado como por arte de magia a nuestras manos. Quien ha llegado a nosotros es la Palabra eterna de Dios, hecha carne en el seno de la Virgen de Nazaret y que vive para siempre con nosotros. Antes de plasmarse en las Escrituras, la Palabra de Dios es la realidad misma del Verbo presente y actuante en su Iglesia. Se ha dicho claramente en el Sínodo, mostrando que Escritura y Tradición, Biblia y vida del pueblo de Dios, son inseparables, con estas bellas palabras de san Agustín: «En nuestras manos hay códices; en nuestros ojos, hechos». Son estos hechos, la Buena Noticia, el Evangelio de Jesucristo, no meras voces y grafías aisladas de la vida real, lo que salva a la Humanidad y al universo, la única respuesta cumplida a la sed infinita de felicidad que constituye todo corazón humano. Por eso el Papa, en su meditación durante la primera sesión del Sínodo, decía con toda fuerza que «la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad», a lo que añadía: «La Palabra tiene un rostro, es persona, Cristo».

Ante la crisis financiera de un mundo globalizado, agobiados por la economía que se derrumba, hoy la inmensa mayoría no deja de mirar a los mercados bursátiles, a las decisiones de los políticos, como si de ahí pudiese llegar alguna respuesta cumplida que sacie la sed infinita del hombre. Al margen de la Palabra, todo eso no es más que arena que se deshace, y arrastra con su ruina a cuantos construyen su vida sobre ella. Todo lo contrario de quien construye sobre roca. Suele decirse, y es verdad, que, tras la crisis económica y financiera, está la crisis moral y espiritual que deja al hombre vacío de su propia humanidad, es decir, sin libertad alguna, a merced de cualquier tipo de crisis que acaba destruyendo la vida. Lo que ya no suele decirse —en cambio sí que se está diciendo en el Sínodo— es que la respuesta que salva la vida, hasta en los aspectos materiales más insignificantes, no está en las capacidades humanas, morales y espirituales, por sí mismas —¿no experimenta todo hombre, más bien, que nunca le dejan su fragilidad y sus miserias?—; ¡está sólo en la Palabra de Dios, hecha carne y que habita entre nosotros! Anunciarlo, no es que lo necesiten unos cuantos, ¡lo necesita la Humanidad entera! ¡Y con la mayor urgencia! Así lo ha dicho Benedicto XVI en su homilía de la Misa de apertura del Sínodo:

«En este Año Paulino oiremos resonar, con particular urgencia, el grito del Apóstol de las gentes: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! Muchos aún no se han encontrado con él y están a la espera de su primer anuncio; otros, a pesar de haber recibido una formación cristiana, sólo conservan un contacto superficial con la Palabra de Dios; y otros se han alejado de la práctica de la fe y necesitan una nueva evangelización. Además, no faltan personas de actitud correcta que se plantean preguntas esenciales sobre el sentido de la vida y de la muerte, preguntas a las que sólo Cristo puede dar respuesta cumplida. En esos casos, es indispensable que los cristianos de todos los continentes estén preparados para responder a quienes les pidan razón de su esperanza, anunciando con alegría la Palabra de Dios y viviendo sin componendas el Evangelio».