La grandeza cristiana: No dominar, sino servir
El pasado sábado, Benedicto XVI creó 23 nuevos cardenales, conocidos también como príncipes de la Iglesia, un término que, en cristiano, tiene una acepción desconcertante: la disponibilidad para derramar la sangre por Cristo
En una celebración de la Palabra en la basílica de San Pedro del Vaticano, Benedicto XVI entregó a cada uno de los nuevos purpurados el birrete cardenalicio, con estas palabras: «Es rojo como signo de la dignidad del oficio de cardenal, y significa que estás preparado para actuar con fortaleza, hasta el punto de derramar tu sangre por el crecimiento de la fe cristiana, por la paz y armonía entre el pueblo de Dios, por la libertad y la extensión de la Santa Iglesia católica romana». Y es que, como explicó el Papa en la homilía, para Jesús el poder tiene un significado muy diferente al del diccionario: «Todo auténtico discípulo de Cristo sólo puede aspirar a una cosa: a compartir su pasión sin reivindicar recompensa alguna». Por ello, «no debe caracterizar cada uno de vuestros gestos y palabras la búsqueda del poder y del éxito, sino la humilde entrega de uno mismo por el bien de la Iglesia», advirtió el Santo Padre a los nuevos cardenales, pues «la verdadera grandeza cristiana no consiste en dominar, sino en servir». En la vida cristiana no puede darse la «carrera a los privilegios», advirtió, pues Cristo en el Evangelio corrigió «la burda concepción del mérito, según la cual el hombre puede ganarse derechos ante Dios».
Tres de los nuevos cardenales son españoles: Agustín García-Gasco, arzobispo de Valencia; Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona; y el sacerdote jesuita Urbano Navarrete, rector emérito de la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma. Durante la cena-homenaje que la Embajada española ante la Santa Sede ofreció en honor de los nuevos cardenales, García-Gasco subrayó la necesidad que «los hombres y mujeres de nuestro tiempo, las familias, la sociedad entera» tiene del «mensaje salvador de Jesucristo», la «mejor garantía de nuestra libertad. El Evangelio es el gran baluarte para defender la dignidad de la persona humana, frente a las violencias y las injusticias».
Los otros nuevos cardenales proceden de los siguientes países: 6 de Italia, 2 de Argentina, 2 de Estados Unidos, y el resto de México, Irak, Alemania, Polonia, Irlanda, Francia, Senegal, India, Brasil y Kenia. En esta lista falta monseñor Ignacy Jez, obispo de Koszalin-Kolobrzeg, quien falleció el 16 de octubre, a los 93 años, un día antes de que el Papa hiciera públicos los nombres de los nuevos purpurados.
Al día siguiente, fiesta de Cristo Rey, el Papa les entregó, en la misma basílica vaticana, durante su primera concelebración eucarística como cardenales, el anillo cardenalicio, con estas palabras: «Recibe el anillo de la mano de Pedro, y sé conocedor de que, con el amor del Príncipe de los Apóstoles, se refuerza tu amor hacia la Iglesia».
Los veinte mil peregrinos que no pudieron entrar en el templo siguieron la ceremonia desde la plaza de San Pedro, a pesar de la lluvia. El tono que imprimió el Papa a la celebración fue el mismo de la víspera: «En Jesús crucificado tiene lugar la máxima revelación de Dios en este mundo, pues Dios es amor, y la muerte en la cruz de Jesús es el acto más grande de amor de toda la Historia», explicó, recordando que precisamente esa imagen es la que está grabada en el anillo. «La Iglesia —añadió— os da esta insignia como recuerdo de su Esposo, que la amó y se entregó a sí mismo por ella. De este modo, se os recuerda constantemente que estáis llamados a dar la vida de la Iglesia».
El ecumenismo y el diálogo entre los creyentes de las diferentes religiones fueron dos de los temas centrales del encuentro de todos los cardenales del mundo, que convocó Benedicto XVI, el pasado 23 de noviembre en el Vaticano, en una reunión «de oración y reflexión», como ha querido llamarla el Papa. Como había anunciado Alfa y Omega, la intervención del cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, trazó a grandes rasgos el panorama actual del diálogo y de las relaciones ecuménicas. El purpurado alemán analizó tres ámbitos principales: las relaciones con las antiguas Iglesias orientales y las Iglesias ortodoxas; las relaciones con las comunidades eclesiales surgidas de la Reforma del siglo XVI; y las relaciones con los movimientos carismáticos y pentecostales que se desarrollaron sobre todo en el siglo pasado. El cardenal Kasper presentó «los resultados alcanzados en cada uno de estos campos, describiendo el camino recorrido hasta ahora y los problemas abiertos», según ha informado una nota emitida posteriormente por la Oficina de Información de la Santa Sede.
A continuación, 17 cardenales tomaron la palabra, lo que dio lugar a que se produjera «un amplio intercambio de experiencias y opiniones, que reflejó la variedad de las situaciones». En particular, «se presentó la doctrina social de la Iglesia y su aplicación como uno de los campos más prometedores para el ecumenismo. Se habló del compromiso por continuar la purificación de la memoria y de utilizar maneras de comunicación que presten atención a la sensibilidad de los demás cristianos».
La reunión continuó después de la comida con intervenciones sobre temas libres. La Santa Sede ha informado de que «algunas intervenciones se concentraron en las relaciones con los judíos y con el Islam. Se habló del gesto alentador representado por la carta de 138 personalidades musulmanas y por la visita del rey de Arabia Saudí al Santo Padre»; y se habló de China y del desarme nuclear. En cuanto a la relación del catolicismo con las sociedades occidentales, la atención de los purpurados se dirigió a «las dificultades de la fe cristiana en el mundo secularizado, y al deber y a la importancia de una nueva evangelización que responda a las expectativas profundas y permanentes de felicidad y libertad del hombre postmoderno».
Poco antes de ser creado cardenal por Benedicto XVI, Su Beatitud Emmanuel III Delly, Patriarca de Babilonia de los Caldeos, con sede en Bagdad, confesaba: «Espero que este gesto sea un signo de reconciliación no sólo entre los pueblos, sino sobre todo entre todos los musulmanes, suníes y chiíes, y entre los cristianos». El Patriarca, de 80 años, dio las gracias al Santo Padre por este nombramiento, pues no es sólo un reconocimiento de su persona, sino sobre todo «de todos los iraquíes, tanto de los que todavía viven en el país como de los que han emigrado».
Al día siguiente, el mismo Benedicto XVI le dio la razón en la homilía del consistorio, denunciando que los iraquíes siguen experimentando «en su propia carne las dramáticas consecuencias de un conflicto que perdura, y viven en una situación política sumamente frágil y delicada». El Papa llegó a confesar que, «al llamar a formar parte del Colegio de los cardenales al Patriarca de la Iglesia caldea, he querido expresar concretamente mi cercanía espiritual y mi afecto a esas poblaciones». El obispo de Roma reafirmó así «la solidaridad de toda la Iglesia a favor de los cristianos de aquella amada tierra, y exhorto a que se invoque del Dios misericordioso la deseada reconciliación y la paz para todos los pueblos involucrados».
El nuevo cardenal, en su encuentro con los periodistas, lanzó un llamamiento a los iraquíes emigrados a que regresen a su país, y recordó: «Tanto Benedicto XVI como Juan Pablo II han estado en contra de la guerra: el Señor nos ha dado el don de la inteligencia para hablar con el otro, para dialogar, pues mientras no hay paz no hay seguridad».