Creados los primeros 15 cardenales del pontificado de Benedicto XVI. Para el anuncio al mundo de la civilización del amor
Con la plaza de San Pedro a rebosar, el Papa Benedicto XVI creó 15 nuevos cardenales, entre ellos, el español don Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo, Primado de España. En la homilía, el Santo Padre hizo hincapié en el significado del cardenalato: entrega a Cristo hasta la muerte
Al crear quince nuevos cardenales, el 24 de marzo pasado, Benedicto XVI les pidió entregar su vida para asistirle en la misión central que se ha planteado en su pontificado: anunciar a los hombres y mujeres el amor de Dios.
El momento culminante y particularmente simbólico tuvo lugar cuando el Papa entregó a los neocardenales el birrete, explicando a cada uno, en latín, que es «rojo como signo de la dignidad del oficio de cardenal, y significa que estás preparado para actuar con fortaleza, hasta el punto de derramar tu sangre por el crecimiento de la fe cristiana, por la paz y armonía entre el pueblo de Dios, por la libertad y la extensión de la Santa Iglesia Católica Romana».
El aplauso de los veinte mil peregrinos presentes en la plaza de San Pedro del Vaticano —no pudo celebrarse el consistorio en la basílica de San Pedro, pues no hubieran cabido— testimonió la importancia y emoción del acontecimiento.
El diálogo con el Islam y la manera en que podría tener lugar una reconciliación con los seguidores del arzobispo francés Marcel Lefebvre, opuestos al Concilio Vaticano II, fueron dos de los argumentos decisivos afrontados por Benedicto XVI y todos los cardenales del mundo el 23 de marzo.
Con motivo del consistorio de creación de nuevos cardenales, el Santo Padre quiso revivir el ambiente de colegialidad que caracterizó las Congregaciones Generales precedentes al cónclave del año pasado, con la participación tanto de cardenales electores (no han cumplido los ochenta años), como no electores.
Si bien las intervenciones eran libres, el Papa pidió a los purpurados su parecer sobre cuatro temas específicos, cada uno de ellos expuestos para introducir la discusión por un cardenal designado. Se trataron los siguientes temas:
—La misión de los obispos eméritos, propuesto por el cardenal Giovanni Battista Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos.
—La comunión eclesial de los miembros de la Fraternidad San Pío X, fundados por monseñor Lefebvre, propuesto por el cardenal Darío Castrillón Hoyos, Prefecto de la Congregación para el Clero.
—La reforma litúrgica postconciliar y la utilización del misal de San Pío V, propuesto por el cardenal Francis Arinze, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
—La posición de la Iglesia católica y de la Santa Sede frente al Islam en nuestros días, propuesto por el cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado de la Santa Sede.
Minutos antes, cada uno de los cardenales prometió y juró, también en latín, «ser fiel desde ahora y para siempre, mientras viva, a Cristo y a su Evangelio, siendo constantemente obediente a la Santa Iglesia Apostólica Romana, al bienaventurado Pedro en la persona del Sumo Pontífice Benedicto XVI y de sus sucesores canónicamente elegidos».
En la homilía, el Santo Padre insistió en que el color de la púrpura cardenalicia, que en ese día recibieron, debe reflejar precisamente el «amor apasionado por Cristo, por su Iglesia y por la humanidad». Y añadió: «Que sea realmente símbolo del ardiente amor cristiano que refleja vuestra existencia».
Diez mil personas
En la tarde de ese viernes, el Palacio Apostólico del Vaticano abrió sus puertas a miles de fieles y peregrinos de todo el mundo (se calcula que entraron unas diez mil personas) para que rindieran homenaje a los quince nuevos cardenales. Mezclados con los familiares, amigos, feligreses y simpatizantes, asistieron a la visita de cortesía muchísimos eclesiásticos y miembros del cuerpo diplomático.
Los mil españoles venidos a Roma para participar en estas celebraciones, se apresuraron a saludar al cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo, el más joven de los nuevos purpurados. Particular interés suscitaba también el cardenal arzobispo de Cracovia, monseñor Stanislao Dziwisz, el fiel secretario del Papa Juan Pablo II. Los medios de información de todos los continentes trataron de arrancar declaraciones al cardenal Joseph Zen, obispo de Hong Kong; mientras que el que más cariño suscitaba era el octogenario Peter Dery, en silla de ruedas, protagonista de la paz en Ghana.
El anillo
Al día siguiente, sábado, solemnidad de la Anunciación del Señor, tuvo lugar el otro momento más emotivo para los nuevos cardenales, la celebración eucarística en la que el Papa, también en la plaza de San Pedro, les entregó el anillo cardenalicio, «signo de dignidad, de solicitud pastoral y de más sólida unión con la sede del apóstol san Pedro», según explicaban las rubricas litúrgicas.
En la homilía del Papa, la palabra amor volvió a ser la protagonista. Bajo un agradable sol, el Papa recordó que «el anillo es siempre un signo nupcial», y, en el caso del obispo, es «expresión de fidelidad y de compromiso de custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo».
El anillo —añadió— les recuerda a los cardenales, «ante todo, que estáis íntimamente unidos a Cristo, para cumplir la misión de esposos de la Iglesia». Y les recomendó: «Que recibir el anillo sea, por lo tanto, para vosotros, como renovar vuestro Sí a Cristo, y a su santa Iglesia, a la que habéis sido llamados a servir con amor esponsal».
«Todo pasa en este mundo —siguió reconociendo el obispo de Roma—. En la eternidad, sólo queda el amor», subrayó pidiéndoles «verificar que cada uno de los aspectos de nuestra vida personal y de la actividad eclesial en la que estamos implicados, esté impulsado por la caridad y tienda a la caridad».
Por último, pidió a toda la Iglesia, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos, oraciones «para que el Colegio de los cardenales arda cada vez más con la caridad pastoral, para ayudar a toda la Iglesia a irradiar en el mundo el amor de Cristo».
Dirigiéndose a los neocardenales, el Papa les dijo que, «al quedar unidos más de cerca al sucesor de Pedro, estaréis llamados a colaborar con él en el cumplimiento de su peculiar servicio eclesial, y esto os exigirá una participación más intensa en el misterio de la Cruz, compartiendo los sufrimientos de Cristo». Y reconoció: «Todos nosotros somos hoy testigos de sus sufrimientos, en el mundo y también en su Iglesia. Gracias a vuestro aprecio hacia los más pequeños y los pobres la Iglesia podrá ofrecer al mundo, de manera incisiva, el anuncio y el desafío de la civilización del amor».
193 cardenales
De los nuevos cardenales, tres colaboran con el Papa en la Curia romana, mientras que nueve son pastores de diócesis del mundo. Otros tres ya han cumplido 80 años, de modo que su nombramiento constituye un reconocimiento público por parte del Pontífice a su servicio a la Iglesia.
Con los quince nuevos cardenales, el Colegio Cardenalicio queda compuesto por 193 miembros, 119 electores en un posible Cónclave de elección de un nuevo Papa por no haber cumplido 80 años.
Una vez recibida la birreta y el anillo, los cardenales han tomado posesión, o la tomarán en las próximas semanas, de las iglesias y diaconías de Roma que les ha asignado el Papa, y que simbolizan la participación de los purpurados en la atención pastoral de la Ciudad Eterna, sellando una unión íntima con Cristo y con el Sucesor de Pedro.
Cristianos perseguidos
El primer consistorio de creación de cardenales de Benedicto XVI ha quedado marcado por una coincidencia, calificada por el Papa como providencial: en ese mismo día se celebraba la Jornada de oración y ayuno en recuerdo de los misioneros muertos por el Evangelio, en recuerdo del aniversario del asesinato, en 1980, de monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador.
De hecho, en la liturgia, durante la oración universal en seis idiomas, se rezó en chino «por todos los que todavía sufren a causa de su fe cristiana». De este modo, según reconoció el mismo sucesor de Pedro el domingo siguiente, este consistorio «fue una ocasión para sentirnos más cerca que nunca de todos esos cristianos que sufren persecuciones a causa de la fe». Por eso se dirigió en particular «a aquellas comunidades que viven en los países en los que falta la libertad religiosa, o sufren de hecho múltiples restricciones, a pesar de que se afirme sobre el papel», para expresarles «mi más profunda solidaridad en nombre de toda la Iglesia, y al mismo tiempo asegurarles mi cotidiano recuerdo en la oración».