Cardenal Antonio María Rouco Varela: «La tormenta de la JMJ fue providencial»
El impulsor de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid recuerda a Benedicto XVI como un buscador de la Verdad y, como este le reconoció, valora que la lluvia en la vigilia permitió centrarse en la «adoración de Cristo»
«Fue un gran amigo que me ha iluminado en el camino de mi vida». Así recuerda el arzobispo emérito de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, a Benedicto XVI. Aunque personalmente no lo conoció hasta que fue arzobispo de Santiago de Compostela, lo admiró desde que estudiaba en Alemania y le dejaron «sus apuntes de Teología Fundamental», un «texto fascinante». Su gran vivencia compartida fue la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) Madrid 2011.
¿Cómo recibió la noticia de la muerte?
Casi a la misma hora que se produjo, por la COPE. Yo lo había visitado el pasado mes de junio. Estaba en cama y no pude hablar mucho con él; su salud era crítica y no fue una sorpresa.
Pero sí seguía bien de cabeza… ¿Cómo le definiría usted?
Se definió él a sí mismo como «un cooperador de la Verdad», de la Verdad en mayúsculas que es Dios. No es un abstracto, al estilo de la concepción filosófica de Dios, sino un Dios vivo, un Dios que interviene en la historia, que viene al mundo gracias a la Virgen y predica la llegada del Reino de Dios, que es torturado y crucificado, que muere y resucita, y que está sentado a la derecha del Padre. Con el Espíritu Santo, la Iglesia ha de seguir siendo la «permanente encarnación del Hijo de Dios», como decía el teólogo de la Escuela de Tubinga Möhler, y anunciar la presencia eficaz de ese don de la salvación que Cristo supuso y es para el mundo.
Durante la tormenta, en la vigilia en Cuatro Vientos, fui uno de los jóvenes que escuchó al Papa decir que «con Cristo podréis siempre afrontar las pruebas de la vida».
En estos años le he visitado con frecuencia y me dijo que había sido providencial la tormenta porque nos había ayudado a concentrarnos en lo fundamental, que era la adoración de Cristo.
Usted ya tuvo la JMJ de Santiago, en 1989, y la de Madrid pudo haber sido en 2005, pero al final fue en Colonia…
Después de una visita a la Secretaría de Estado y a la secretaría particular de san Juan Pablo II habíamos solicitado la JMJ para Madrid y estaba concedida. Lo que pasa es que intervino mi amigo el cardenal Meisner y la pidió para Colonia. Conociendo un poco la situación pastoral de Alemania, nosotros cedimos: «Ya llegará el turno de Madrid».
Muchos esperaban que fracasara aquella jornada, la primera de Benedicto XVI como Papa, y fue un éxito.
Todas las JMJ han sido un gran éxito… Aunque sí diría que los alemanes no son tan buenos organizadores como todo el mundo cree, ni tan fríos y antipáticos como todo el mundo cree. La organización dejó flecos, pero fue muy buena la acogida en una zona —la de Renania— con una experiencia católica cercana a la nuestra, y los frutos fueron grandes para Alemania y para toda Europa. Además, tras haber probado distintas fórmulas en otras jornadas, en Colonia se decidió por primera vez dedicar la vigilia de la noche a la adoración del Señor.
¿Aquí se quiso romper con el estereotipo de que éramos malos organizadores?
En Madrid, incluso con la experiencia de la noche de la tormenta, la organización funcionó muy bien. El número de participantes fue el más elevado, quizá con la excepción de Manila de 1995, y mostramos que los españoles sabemos organizar las cosas también. Tuvimos tiempo para preparar la JMJ y la colaboración de toda la Iglesia en Madrid, de las parroquias, los movimientos y las asociaciones, fue extraordinaria, en un ambiente de comunión excepcional.
Aparte de la vigilia, ¿qué otros momentos resaltaría?
Muchos, pero, por mi historia personal, me impactó el encuentro con profesores universitarios jóvenes en la basílica del monasterio de El Escorial, cuando les dijo que la universidad es la casa de la verdad.
También recuerdo la homilía de la Misa del domingo siguiente, con esa llamada a la Iglesia a vivir el encuentro con el Señor, el encuentro con la Verdad. Dios es la Verdad. Es una invitación a entrar en la Iglesia, en esa gran casa de la Verdad, la casa de Cristo. ¡Entrad en ella, no tengáis miedo después a salir desde ella al mundo para que el mundo se convierta en el camino de la salvación y de la gloria!