Sintonía íntima con Dios - Alfa y Omega

Sintonía íntima con Dios

Sábado de la 4ª semana de Adviento / Lucas 1, 67-79

Carlos Pérez Laporta
Zacarías escribe el nombre de su hijo. Domenico Ghirlandaio. Cappella Tornabuoni, iglesia de Santa María Novella, Florencia.

Evangelio: Lucas 1, 67-79

En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se lleno del Espíritu Santo y profetizó diciendo:

«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Comentario

Las primeras palabras que dice Zacarías, después de haber escrito el nombre de su hijo en una tablilla, son profecía. Después del acto de fe —que era nombrar a su hijo, llamarlo Dios es misericordioso (Juan)— se llena del Espíritu Santo, es decir, entra en relación con Dios, se llena de Dios. Su fe le ha puesto ante Dios, y ahora Dios le resulta inminente. Ese instante se abre ya a la salvación. El nombre de su hijo le prepara el camino de Dios: «a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación».

Por eso lo que dice es profecía: la sintonía íntima con Dios permite ver la hondura de la creación y de la historia; la relación con Dios permite mirar con sus ojos toda la vida de Israel. Percibe en perfecta continuidad su momento presente con todas las obras prodigiosas que Dios llevó a cabo en el pasado: «Ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo… Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos… realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza».

Pero no solo le redescubre su pasado, sino que se le abre el porvenir, le muestra al Dios que está por venir: «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto». Dios ya no será solo inminente, sino presente, «para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días». En su presencia desaparece el temor, incluso el de la muerte, porque es luz que ilumina «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».