Benidorm Fest. De Benidorm a Liverpool - Alfa y Omega

Benidorm Fest. De Benidorm a Liverpool

Isidro Catela
Agoney junto a la presentadora Julia Valera en el programa 'Los elegidos'
Agoney junto a la presentadora Julia Valera en el programa Los elegidos. Foto: RTVE.

La recuperación del mítico Festival de Benidorm, convenientemente tuneado para llamarlo de forma un tanto hortera Benidorm Fest, nos dejó el año pasado unas cuantas lecciones televisivas para tomar buena nota. La primera es que no es cierto que ya no veamos televisión, ni que no la vean los jóvenes. Es verdad que se trata de tres o cuatro días al año (si contamos el propio Festival de Eurovisión), y no de un programa continuo en la parrilla, pero basta con tomárselo en serio, hacer un programa musical decente, darle aires de Operación Triunfo, y engancharlo con el fenómeno eurofán para tenernos unos meses pendientes de la tele y de sus correspondientes redes sociales. La segunda lección tiene que ver con el poder absoluto de las democracias participativas y lo interesante (y políticamente incorrecto) que es que el gobierno-jurado de los mejores tenga algo que decir sobre el asunto. Y la tercera es que, entre tanta morralla, el festival siempre nos deslumbra con algún talento medio oculto. El año pasado lo hizo con Blanca Paloma, que repite este año, y con más posibilidades de dar la campanada, y lo hace ahora con una manchega inclasificable que responde al nombre de Karmento.

La preselección de la representante española en Eurovisión será en el remozado los días 31 de enero, 2 y 4 de febrero. La presentará Mónica Naranjo y Nacho Cano será el presidente del jurado. Si nada lo remedia, nos representará Quiero arder, una canción que nos habla de la luz que hay en el infierno. La canta Agoney, un chico canario con una voz prodigiosa, que ya ha demostrado que no necesita satanismo alguno para coronar su todavía incipiente carrera musical. Habrá quién diga que con la que está cayendo, esta versión eurovisiva del pan y circo es, en el mejor de los casos, una opiácea frivolidad y, en el peor, un insulto a la inteligencia musical. No es para tanto. Incluso en estas circunstancias, necesitamos migajas de buen pan y algún que otro espectáculo de altura entre tanto número mediocre. Que sigan sonando el «la, la, la» o el «ea, ea».