El nombre de Juan - Alfa y Omega

El nombre de Juan

Viernes de la 4ª semana de Adviento / Lucas 1, 57-66

Carlos Pérez Laporta
Nacimiento de Juan el Bautista. Luca Signorelli. Museo del Louvre, París (Francia).

Evangelio: Lucas 1, 57-66

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:

«¡No! Se va a llamar Juan».

Y le dijeron:

«Ninguno de tus parientes se llama así».

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.

Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:

«Pues ¿qué va a ser este niño?».

Porque la mano del Señor estaba con él.

Comentario

Nueve meses había pasado callado Zacarías. Nueve meses contemplando la prodigiosa gestación de su hijo sumido en el silencio. Miraba a su mujer y veía crecer su vientre de día en día. Era un milagro diario. Era lo cotidiano hecho milagro. El crecimiento natural de su hijo, su progreso horizontal a través del tiempo, pendía en vertical del cielo en cada uno de sus instantes. Él no podía acostumbrarse al milagro: no podía dudar lo que había visto y oído, sabía perfectamente que el origen de aquel niño se abismaba más allá de su relación con su mujer, más allá de su esterilidad y su vejez. Era su hijo, porque él y su mujer lo habían engendrado; pero era un don, un regalo, porque no podía explicarse solo por su relación con su mujer.

Por esto, tras nueve meses de contemplación silente, le puso aquel nombre. Es cierto, se lo había mandado el ángel. Pero todos los mandamientos del cielo no son puras imposiciones arbitrarias. Los mandamientos del cielo obligan por cuanto descubren la verdad de la tierra. Los mandamientos están hechos para desvelar la profundidad celeste de la tierra. El nombre Juan significa que Dios es misericordioso. La orden del ángel coincidía con la conciencia clara de Zacarías: aquel niño era hijo suyo, él había puesto de su parte, pero su verdad más honda era la obra de Dios, su misericordia. Ser padre es dar un nombre al hijo. No un número ni un concepto, sino un nombre, que aluda al centro misterioso de la persona, que sobrepuja toda su biología y toda su historia. Juan era su nombre: un exceso de la bondad de Dios, un don gratuito. Juan debía saberlo y pensarlo cada vez que su padre lo llamase por su nombre. Al darle ahora su nombre a Juan, Zacarías hace el acto de fe que le faltó cuando le fue anunciado su hijo: ahora reconoce con fe la obra de Dios, y lo hará cada vez que pronuncie su nombre.