Un silencio denso
Miércoles de la 4ª semana de Adviento / Lucas 1,39-45
Evangelio: Lucas 1,39-45
En aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Comentario
Nos sorprende la alegría de Juan en el vientre materno. Quizá incluso nos extrañe y nos cueste creerlo, e intentemos reducirlo a un recurso estilístico o a una exageración del evangelista. Pero las palabras que usa Lucas son fuertes. No habla de simples emociones, sino del Espíritu Santo. ¿Cómo es posible que Juan exultase siendo aún un feto de poco más de 6 meses?
Las madres y los médicos saben que la vida del niño pende de la situación interna de la madre, de sus sentimientos, de su tranquilidad o agitación. Hoy la epigenética explica que incluso afecta a la formación genética del niño la situación ambiental en la que viva la madre y su reacción ante ella. En ese sentido la gracia del Espíritu Santo que provoca la voz de María no necesita recorrer caminos extraños: Isabel vivía desde el inicio del embarazo en la tensión del milagro que había acaecido en su vientre estéril. La vida para ella ahora consistía en ese prodigio. Estuvo meses sin salir de casa (Lc 1, 24), sumida en la paz del hogar. El enmudecimiento de su marido Zacarías ahondaba el misterio de ese acontecimiento, resguardándolo en un silencio denso. ¿Cuál debió ser el estado de su corazón, lleno ahora de fe, lleno de esperanza, lleno de asombro? La realidad entera tenía para ella el aspecto de un don del cielo.
Por eso, cuando María hizo sonar su voz en aquel hogar silencioso su hijo se sobresaltó. Ella movida por esa reacción interior y por su propia expectativa dijo llena de fe: «Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Se lo habría dicho a cualquiera, por la fe y esperanza que aquel embarazo había generado: si Dios había cumplido con ella, cumpliría con todos. Pero a María se lo decía movida por ese sobresalto de Juan. Ella, sin saber exactamente por qué, pensó que la voz de María su destino como madre estaba en comunión con el milagro de su vientre. No sabía por qué, pero no lo dudaba. El gesto de Juan, ya precursor, le había movido a reconocer a la madre de su Señor.