El misterio de la Encarnación rompe cualquier dicotomía entre lo sagrado y lo profano, pues el Verbo se hizo carne (Jn 1, 14) dando un sí rotundo y definitivo a la humanidad: Jesús como amor visible de Dios es su Amén (Ap 3, 14). Si en el comienzo de la creación la Trinidad Santa pronuncia: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1, 26), al ver la densidad del mal del mundo roto y herido, en tanta necesidad y rebeldía, su palabra definitiva no es de condena sino: «Hagamos redención del género humano» (Ej. 107). Y aconteció con el «hágase» de María (Lc 1, 38).
Ese misterio nos convoca a mujeres y hombres a dar libremente nuestro propio sí. El sí de vivir y actuar como hijos en el Hijo, caminando hacia la verdad plena, conscientes de que la Gracia no sustituye a la naturaleza, sino que se construye sobre ella. Como la realidad no es estática ni dada una vez para siempre, para caminar dignamente hace falta aplicar una continua lectura discerniente sobre ella, al modo que propone la tríada «ver-juzgar-actuar» consignada por Juan XXIII en Mater et Magistra. Esa secuencia de experiencia-reflexión-acción pide continua conversión sin la cual no cabe discernimiento cristiano adecuado y consecuente. Resuenan así las palabras del Concilio: «Es propio de todo el pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo, y valorarlas a la luz de la Palabra divina, a fin de que la verdad revelada pueda ser más profundamente percibida, mejor entendida y expresada de forma más adecuada» (GS, 44).
Sobre esas geniales intuiciones trabajó con ahínco el jesuita canadiense Bernard Lonergan, quien hace 50 años en Método en teología presentó los cuatro imperativos —«sé atento, inteligente, razonable y responsable»— para superar prejuicios y elementos ideológicos que separan de la realidad y alcanzar la objetividad mediante la autenticidad de los sujetos por a) la atención a los datos de la experiencia, momento empírico; b) la comprensión de la experiencia, en virtud de la cual los datos se transforman en hechos significativos, momento intelectual; c) el juicio a partir de la reflexión, la búsqueda de evidencias y la evaluación, momento racional de la objetividad, y d) la decisión responsable para actuar.
Frente al nihilismo de la posverdad hoy desbocado en tantas acciones parlamentarias y gubernamentales, la autenticidad llama a la política a ser el arte de vivir juntos y de pensar juntos la vida común, el arte del bien común, no de la manipulación y la crispación. Y a la economía, la convoca a buscar una prosperidad inclusiva que sitúe en el centro a la persona y tenga como objetivo el desarrollo integral de todos, a partir de una búsqueda humanista compartida. Y a la Iglesia a afrontar decididamente sus sombras y convertir sus estructuras hacia la participación y el discernimiento para que la comunión y la misión inspiren todas las decisiones eclesiales.
Vivimos tiempos donde se encuentran tantas evidencias contra el diálogo y el encuentro que proponerlos es en sí mismo un acto contracultural y una osadía. Pero debemos perseverar en hacerlo, dejándonos guiar por los buenos ejemplos. Por eso quiero recordar aquí la obra y el talante de José María Martín Patino, SJ, que perduran en la Cátedra de la Cultura del Encuentro de la Universidad Pontificia Comillas que se honra de llevar su nombre.
Durante la Transición, Patino fue mano derecha del cardenal Tarancón, arzobispo de Madrid. En aquellos intensos años se le grabó a fuego que el diálogo y el encuentro no son solo para momentos especiales, sino actitudes fundamentales de la vida personal y social para activar procesos sostenidos de análisis, discernimiento e integración. Hablaba con frecuencia de la necesidad de reconciliar el desgarro fratricida de la sociedad que lo vio nacer como raíz y sentido de su vocación religiosa. No tanto por restaurar un pasado roto, sino para construir juntos futuro en un mundo cada vez más diverso y complejo. De ahí el significado profundamente moral del encuentro como clave orientadora de su actividad una vez concluida su colaboración con Tarancón.
Así nació, por ejemplo, el Informe España que ya va por el nº 29 de una serie anual que ofrece una interpretación comprensiva de la realidad social española, de sus tendencias y procesos más relevantes. El análisis riguroso de la realidad, el diálogo abierto e interdisciplinar y la búsqueda de consensos activos en torno a las cuestiones fundamentales que afectan a nuestra vida cívico-social son los valores que mueven a la Cátedra Martín Patino, siendo el informe su punta de lanza para el debate público. Sin un conocimiento riguroso de la realidad difícilmente podemos dar respuesta a los retos que se presentan. Pero el rigor en el diagnóstico exige un conocer que asuma dialógicamente la complejidad y diversidad de la sociedad en que vivimos. Además, el sentido último del encuentro solo se alcanza participando activamente en la construcción común de un mundo mejor, misión con la cual la Iglesia está plenamente comprometida.
Esa misión —entrañada en la Encarnación divina— dio impulso a Martín Patino y forma parte de las llamadas continuas del Papa Bergoglio a toda la Iglesia: buscar y hallar vías de respuesta práctica a los dramas de las personas de carne y hueso en sus situaciones concretas, sin reducir la vida ética a ciertos absolutos morales ni diluir la dimensión universal de la norma en lo contextual. Del sí redentor de Cristo y del sí corredentor de María nace una Iglesia samaritana y madre que, expresando «claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino» (AL, 308). ¿Damos también nuestro sí?